El próximo domingo celebraremos la Jornada Mundial de las Migraciones. Las migraciones son un fenómeno de siempre en la humanidad pero, como bien sabemos, incrementado en los últimos tiempos. En España el número de inmigrantes alcanza el 12 % de la población, que sube al 14 %, si contamos a los que han obtenido la nacionalidad española. En el último año han regresado a sus países de origen unas 120.000 personas, a causa de la falta de trabajo. En muchos casos, la situación de los que permanecen es verdaderamente lamentable. La Iglesia lo comprueba todos los días a través de Cáritas, ya que el paro afecta al 35 % de los inmigrantes.
Las migraciones son un fenómeno que, como dice el Papa, impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional.
Pero hemos de reconocer que el primer derecho de un emigrante es a no tener que emigrar. Si lo hace no es por capricho, sino por la precariedad económica y la falta de bienes básicos que sufre en su país de origen. A ello se unen, en muchas ocasiones, los desastres naturales, las guerras y otros desórdenes sociales. Muchos países, ricos en recursos naturales, no se verían abocados a la emigración, si no fueran objeto de una explotación despótica, de la corrupción de sus dirigentes y del olvido de nuestros países del primer mundo.
En el libro del Levítico, dijo la Biblia a los israelitas: «El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios». Y Jesús, en la parábola del juicio final, insistió: «Venid benditos de mi Padre porque era forastero y me hospedasteis». Jesús una vez más se identifica con los que sufren y viven situaciones especialmente difíciles, como es el caso de muchos inmigrantes.
La Palabra de Dios nos insta, pues, a acercarnos a los hermanos inmigrantes que peor lo están pasando. Hemos de colaborar con nuestros donativos para ayudarles en sus necesidades primarias, pero tampoco debe faltar la acogida y la cercanía, reconociendo que son hermanos nuestros, aunque profesen otra religión o creencias.
Hagamos nuestras las palabras del papa Benedicto XVI en el mensaje para esta jornada: «Queridos hermanos emigrantes, que esta Jornada Mundial os ayude a renovar la confianza y la esperanza en el Señor que está siempre junto a nosotros. No perdáis la oportunidad de encontrarlo y reconocer su rostro en los gestos de bondad que recibís en vuestra peregrinación migratoria».
Gracias a todos: los voluntarios de Cáritas, los vecinos de familias inmigrantes, y a los propios inmigrantes que compartís vuestro tiempo y vuestros bienes expresando el amor de la Iglesia con los necesitados.
Con mi afecto y bendición.
+ Alfonso Milián Sorribas
Obispo de Barbastro-Monzón