«Estamos a tiempo, España puede cumplir con su cupo de refugiados y ampliarlo»

 

 

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El director del Secretariado de Migraciones de la Conferencia Episcopal, José Luis Pinilla, reclama un replanteamiento profundo de la política migratoria

A pesar de que ha expirado el plazo para la acogida de refugiados y que España solo ha acogido a solo un 13,5 % de los que se había comprometido, el jesuita José Luis Pinilla, director del Secretariado de Migraciones de la Conferencia Episcopal, se muestra optimista. «Me gusta pensar que todavía es posible que lleguemos a tiempo, porque de lo que hablamos es de personas vulnerables y descartadas. Si no lo hacemos, seguirá la tragedia humana y política», explicó en una entrevista en el programa El Cascabel de TRECE.

Pinilla considera que el no cumplimiento de los cupos acordados es un problema compartido entre los estados y la Unión Europa, especialmente de la segunda, porque «la Europa de la solidaridad y los derechos humanos se está haciendo trizas». «Es un problema de valores, de fuerza política y de falta de presión que, además, está generando populismos muy peligrosos», añadió.

También afirmó que la Iglesia no quiere esto y parafraseó al Papa para poner de manifiesto que en las comunidades católicas «hay que borrar todo lo que signifique exclusión y apartamiento de las personas más vulnerables».

En este sentido, señaló que, a nivel institucional, la Iglesia se ha puesto a disposición de las administraciones públicas para colaborar en la acogida de los migrantes y refugiados. Administraciones a las que pide «un replanteamiento de la política de refugiados y migrantes: «Cualquier político no puede permanecer impasible ante esta tragedia. Yo creo en la administración pública española, espero que cumpla con el número de refugiados que se comprometió a traer y, si puede, traiga a más».

 

 

Volver La Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia de Comillas, el Servicio Jesuita a Migrantes y Entreculturas celebran la jornada “¿Crisis de refugiados o crisis de la política migratoria de la UE?

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La jornada “¿Crisis de refugiados o crisis de la política migratoria de la UE?”, celebrada hoy en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, denunció que la principal respuesta de la Unión Europea frente a la crisis de refugio haya sido el endurecimiento y externalización del control de fronteras.

Tal y como señala ACNUR en su último informe, la cifra de personas desplazadas forzosas (refugiadas y desplazadas internas) en el mundo asciende a 65,6 millones en 2016. El 86% se encuentran en países de ingresos bajos, generalmente en aquellos colindantes a los conflictos.

Los expertos –que denuncian fallas en el sistema de acogida e integración español– han criticado el comportamiento de la UE, que solo ha cumplido con el 20% de las 160.000 reubicaciones previstas, y los abusos contra los derechos humanos sufridos por migrantes forzosos en los países de tránsito, en la frontera y en los países europeos de acogida.
Expertos en migraciones de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE, de la Fundación Entreculturas y del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) han denunciado durante una jornada en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, que más que una crisis de refugio como tal, lo que hay son situaciones que ocasionan el desplazamiento involuntario y masivo de personas y una crisis del sistema de protección internacional de la UE y de sus Estados miembros.

Para Juan Iglesias, director de la Cátedra Inditex de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE, “la respuesta a la crisis por parte de la UE se ha llevado a cabo a través de múltiples medidas ” pero, sin duda, la respuesta más relevante “ha sido el endurecimiento y externalización del control de fronteras, la resistencia a promover vías legales de acceso amplias y seguras (reasentamientos, corredores y visados humanitarios…),  y el escaso desarrollo de los compromisos de re-ubicación y reasentamiento, ya que solo se ha cumplido con el 20 % de las 182.000 previstas, un 8% en el caso español”.

“Urge crear un sistema común de asilo, abrir vías de acceso legales y seguras, invertir en ayuda humanitaria y en cooperación al desarrollo y crear una cultura de hospitalidad en las sociedades de acogida.”, según Valeria Méndez de Vigo, de la Fundación Entreculturas, quien añadió que “hace más de dos años se viene hablando en Europa de la ‘crisis de refugiados’ pero la realidad es que más que una crisis de refugiados como tal, lo que hay son situaciones que ocasionan el desplazamiento involuntario y masivo de personas”.

Los expertos subrayaron la pobre participación de la UE en el reparto global de personas refugiadas. Aseguraron que, según el informe anual de ACNUR sobre tendencias globales de desplazamiento forzado en el año 2016, solo un país europeo, Alemania, está entre los diez países más relevantes en acogida de refugiados a nivel global. “Es el octavo país del mundo por refugiados”, señaló Daniel Martínez, del Servicio Jesuita a Migrantes. “Se trata de un país representa el 50% de los nuevos SPI en Europa en el periodo 2015-2016. Los primeros países de acogida siguen siendo países de desarrollo medio o bajo: Turquía, Pakistán, Líbano, Irán, Uganda, Etiopía…”. Además, los ponentes aseguraron que la cifra de personas desplazadas forzosas (refugiadas y desplazadas internas) en el mundo asciende a 65,6 millones en 2016. El 84% se encuentran en países de ingresos bajos, generalmente en aquellos colindantes a los conflictos.

La jornada ha sido organizada por la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE, el Servicio Jesuita a Migrantes y la Fundación Entreculturas en el marco de los Cursos de Verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

La doctora que fue refugiada

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«Dios ha permitido la tragedia de mi vida para que hoy pueda ofrecer esperanza a los que viven lo mismo que yo». Mireille Twayigira tiene 25 años. Llegó a Malaui como refugiada y ahora es médico gracias a la escuela jesuita donde se graduó como una de las mejores estudiantes del país. La semana pasada visitó Madrid con Entre culturas.

 Son las 13:30 horas de un caluroso día de junio. Mireille Twayigira lleva desde las diez de la mañana atendiendo a los medios en un inglés increíblemente fluido para ser una joven de 25 años que lleva huyendo y viviendo en campos de refugiados desde los 2. Sonríe como si no hubieran pasado casi cuatro horas en las que, una y otra vez, ha rememorado el calvario que ha sido su vida. Eso sí, con final feliz. «Vengo a contar una historia de esperanza, aunque lo único que recuerde de mi infancia sean las cosas más dolorosas», como «cuando teníamos que beber agua de ríos en los que flotaban cadáveres que teníamos que sortear».

La ruandesa, chiquitita de tamaño, explica que sufrió desnutrición durante muchos años: «Apenas tenía pelo y mi estómago estaba siempre hinchado. Recuerdo cuando llegamos a comer una serpiente quemada en un incendio para no morir de hambre».

Coincidiendo con la celebración de la Jornada Mundial del Refugiado –instaurada para recordar hechos como que hay 65 millones de refugiados en el mundo o que cerca de 300.000 de las personas que huyen cada año de su país por guerras, miseria o persecución son niños–, Twayigira explica que la vida del refugiado provoca «tanta desesperación que llega un momento en el que ya no puedes ni llorar». Pero con el tiempo «he entendido que Dios se ha valido de todo lo que ha pasado para que yo pueda estar aquí, ofreciendo esperanza a las personas que, ahora mismo, están viviendo lo mismo que yo».

Tenía solo 2 años cuando el genocidio de Ruanda obligó a su familia a abandonar su casa, dejando el cadáver del padre de familia y de la hermana pequeña atrás. Junto a su madre, sus tíos, primos y abuelos llegaron a Burundi y de ahí a un campo de refugiados en Congo, donde la guerra volvió a alcanzarlos. Tuvieron que vivir durante muchos meses en el bosque, en la frontera con Angola. «Mi madre y mi abuela no aguantaron», recuerda.

El regreso al campo de refugiados

Cuando llegó al campo de refugiados de Zambia su suerte comenzó a cambiar. «El objetivo de mi abuelo era que yo pudiera ir a la escuela y allí por fin fue posible. Me acuerdo de las clases bajo unos árboles». Pero faltaban todavía algunos campamentos de paso antes de que Mireille, su abuelo y sus tíos llegasen a Malaui, al campo de Dzaleka, donde encontraron un lugar en el que quedarse. Los jesuitas tienen allí una de las mejores escuelas del país y gracias al «coraje que aprendí de mi abuelo» –ya fallecido– la ruandesa se convirtió en una de las seis mejores estudiantes de Malaui. «Cada tarde estudiaba con una lámpara de parafina. ¿Sabes lo que es?», pregunta divertida.

Una conocida radio organizó un evento para homenajear a estos seis estudiantes modélicos. «Vino el embajador chino al acto y cuando nos conoció quiso becar a tres para ir a la universidad en China. Yo no podía acceder a la beca porque no estaba nacionalizada como malauiana, pero mi caso llegó a todos los medios de comunicación y finalmente el mismo jefe de Estado firmó mi nacionalidad». Mireille pensó en estudiar Arquitectura, «porque los chinos son una referencia», pero «elegí Medicina porque quiero involucrarme en los sufrimientos de la gente». Actualmente trabaja en el hospital público Queen Elisabeth, al lado del campamento al que llegó como refugiada y que ahora visita como médico.

Cristina Sánchez Aguilar
@csanchezaguilar

Refugiados: Una oportunidad para crecer juntos. Declaración ecuménica conjunta para el Día Mundial del Refugiado 2017

Martes, 20 de junio de 2017.- La Biblia cristiana nos relata la historia de dos hombres, Pedro y Cornelio, con creencias religiosas y culturas completamente diferentes, que al encontrarse descubrieron que Dios les tenía preparado un destino común que ninguno de los dos había comprendido antes. Aprendieron que el Espíritu Santo derriba muros y une a aquellos que piensan que no tienen nada en común.

Mujeres, hombres y niños de todo el mundo se ven obligados a abandonar sus hogares por la violencia, la persecución, los desastres naturales y los provocados por el hombre, el hambre y muchos otros factores. Su deseo por escapar al sufrimiento es más fuerte que las barreras que se alzan bloqueando su camino. La oposición de algunos países a la migración de los desplazados forzosos no podrá impedir que aquellos que padecen un sufrimiento insoportable abandonen sus hogares.

Los países ricos no pueden eludir su responsabilidad por las heridas que han infligido al planeta – desastres medioambientales, comercio de armas, desigualdad en el desarrollo – y que son las que provocan la migración forzosa y el tráfico de personas. Aunque la llegada de los migrantes a los países desarrollados puede suponer ciertamente un reto real e importante, también puede ofrecer una oportunidad para el cambio y la apertura. El Papa Francisco nos plantea esta pregunta: «¿Qué podemos hacer para ver estos cambios no como obstáculos para el verdadero desarrollo, sino como oportunidades para un genuino crecimiento humano, social y espiritual?». Las sociedades que encuentran el coraje y la visión de futuro necesarios para superar el miedo a los extranjeros y los migrantes descubren muy rápido la riqueza que traen y que siempre han traído consigo.

Si, como familia humana que somos, insistimos en ver a los refugiados solamente como una carga, nos estamos privando de oportunidades de solidaridad, que son siempre oportunidades de aprendizaje, de enriquecimiento y crecimiento mutuo.

No basta con que los cristianos profesen amor a Cristo: la fe es auténtica únicamente si se expresa en acciones de amor. Todos somos parte del Cuerpo de Cristo, un cuerpo indivisible. En palabras de Dietrich Bonhoeffer, «solo a través de Jesucristo somos hermanos y hermanas los unos de los otros… A través de Cristo nuestra pertenencia recíproca se hace real, integral y eterna». Si somos un solo cuerpo, estamos entrelazados en una solidaridad que nos define y que nos exige hacer algo.

Los gestos de solidaridad se multiplican cuando sobrepasan las fronteras de la religión y la cultura. Encontrarse con personas de otras creencias nos anima a profundizar en el conocimiento de nuestra propia fe y, en los encuentros con nuestros hermanos y hermanas refugiadas, Dios nos habla y nos bendice como hizo con Cornelio y Pedro.
En todo encuentro genuino tiene lugar un intercambio de dones. Al compartir con los demás lo que tenemos y poseemos, descubrimos que todo es un don de Dios. Y cuando damos la bienvenida a aquellos con los que nos encontramos, hallamos al Dios que está siempre con los vulnerables, en las periferias y en los demás.
Somos testigos de cómo cada vez se construyen más muros por todo el mundo para evitar que los desplazados puedan entrar: no solo muros físicos, sino también muros de miedo, de prejuicios, de odio y de ideologías. Intentemos todos, como una sola familia humana, construir puentes de solidaridad en lugar de muros de división. Nuestras hermanas y hermanos refugiados nos ofrecen una oportunidad para enriquecernos y crecer mutuamente: es Dios quien nos une.
Con el desarrollo de nuevos marcos internacionales como el Pacto Mundial sobre los refugiados y los migrantes en 2018, los estados no solo deberán garantizar una forma más eficaz de compartir la responsabilidad frente a los grandes movimientos migratorios, sino que deberán asumir también la oportunidad de reconocer y poner de relieve las importantes aportaciones que hacen los refugiados y los migrantes a sus comunidades de acogida, para convertir la verdadera solidaridad en una experiencia real para quienes buscan protección y para quienes la ofrecen cumpliendo con sus obligaciones.daf1499b