Religión Digital – Opinión
(Cardenal Sistach).- El sentido social del papa Francisco tiene una de sus manifestaciones en la preocupación por el fenómeno del llamado tráfico de personas. Los especialistas de Naciones Unidas y de la Unión Europea estiman -y es sólo la punta del iceberg- que hoy sufren esta situación en el mundo unos treinta millones de seres humanos y que esta cifra se incrementa cada año en dos millones más.
El tráfico de personas es el negocio más grande de la globalización. Algunos observadores afirman que para el crimen organizado comienza a ser ya más lucrativo dedicarse al tráfico de personas que al tráfico de armas o de droga. El ochenta por ciento de estas personas terminan en el mundo de la prostitución y el veinte por ciento restante en el trabajo forzado.
Estas cifras las dio el arzobispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, compatriota del papa Francisco y canciller de las Pontificias Academias de Ciencias y de Ciencias Sociales de la Santa Sede, quien ha explicado que el Papa les ha pedido que estudien el problema del tráfico de personas como una forma de esclavitud moderna.
La esclavitud siempre había existido, pero se fue aboliendo como sistema legal. Ahora, sin embargo, la globalización deja unos intersticios que los gobiernos no pueden controlar y los traficantes se aprovechan. Entonces se da la esclavitud moderna, sobre todo en dos situaciones: el trabajo forzado, o sea, aquel en el que no se respeta el orden natural de las cosas, bien por exceso de horas, bien por la dureza de las condiciones, bien porque se explota a niños; y la prostitución. La prostitución es un drama que no está vinculado sólo a la inmigración, aunque es cierto que muchas chicas y mujeres de países pobres acaban ejerciéndola en países ricos; sin embargo, también se da en el seno de la población autóctona de las grandes ciudades.
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