«Su condición no puede dejarnos indiferentes»
No a la trata de personas
¡La «trata de personas» es una vil actividad, una vergüenza para nuestras sociedades que se llaman civilizadas! ¡Explotadores y clientes, a todos los niveles, deberían hacer un serio examen de conciencia ante sí mismos y ante Dios! La Iglesia renueva hoy su firme llamamiento para que siempre sean tuteladas la dignidad y la centralidad de cada persona, en el respeto de los derechos fundamentales, como subraya su Doctrina Social, que aboga para que los derechos se amplíen allí donde no son reconocidos a millones de hombres y mujeres en todos los continentes.
¡En un mundo en el que se habla tanto de los derechos, cuántas veces, de hecho, viene pisoteada la dignidad humana! ¡En un mundo en que se habla tanto de los derechos, parece que el único que tiene derechos es el dinero. Queridos hermanos y hermanas, vivimos en un mundo en el que manda el dinero. Vivimos en un mundo, en una cultura donde reina el fetichismo del dinero.
Por ello, subrayó el Pontífice «la familia de las naciones está llamada a intervenir en un espíritu de solidaridad fraterna: para la Iglesia Católica nadie es un extraño, nadie está excluido, nadie está lejos. Todos somos una sola familia humana». «Y la atención materna de la Iglesia se manifiesta con especial ternura hacia los que están obligados a huir.
«En este campo ustedes llevan a cabo una tarea importante haciendo que las Comunidades cristianas sean más sensibles ante tantos hermanos afrentados por heridas que marcan su existencia: la violencia, el abuso, la lejanía de los afectos familiares, eventos traumáticos, la fuga de casa, la incertidumbre sobre el futuro en los campos de refugiados. Todos éstos son elementos que deshumanizan y tienen que empujar a todo cristiano y toda la comunidad a una atención concreta».
Francisco invitó a acoger a todas las personas forzadamente desarraigadas «a la luz de la esperanza».
«Esperanza que se expresa en las expectativas para el futuro, en el deseo de relaciones de amistad, en las ganas de participar en la sociedad que los acoge, también mediante el aprendizaje de la lengua, el acceso al empleo y a la educación para los niños. Admiro la valentía de los que esperan reanudar paulatinamente la vida normal, esperando que la alegría y el amor vuelvan a alegrar su existencia. ¡Todos podemos y debemos alimentar esa esperanza!»
El Santo Padre hizo un llamamiento para que la Comunidad Internacional intervenga «con iniciativas eficaces y nuevos enfoques».
«Para proteger su dignidad, mejorar su calidad de vida y enfrentar los desafíos que surgen de las formas modernas de persecución, de opresión y de esclavitud. Se trata, insisto, de seres humanos, que apelan a la solidaridad y a la asistencia, que requieren medidas urgentes, pero sobre todo comprensión y bondad. Dios es bueno: imitemos a Dios. Su condición no puede dejarnos indiferentes. Y nosotros, como Iglesia, recordemos que curando las heridas de los refugiados, de las personas desplazadas y de las víctimas de la trata aplicamos el mandamiento de la caridad que Jesús nos ha dejado, cuando se ha identificado con el extranjero, con el que sufre, con todas las víctimas inocentes de la violencia y la explotación»