Las vías subterráneas de la ciudad de Bucarest, en Rumania, esconden un mundo bajo la luz con escalofriantes historias de niños, drogas y marginación. En las alcantarillas de esta ciudad europea decenas de drogadictos y jóvenes huérfanos han establecido su residencia y construido un pequeño y oscuro universo alterno al margen de la sociedad.
Miles de niños y adolescentes han encontrado su “hogar” en las cloacas de la ciudad, en un entramado laberíntico bajo tierra sumidos es un ambiente insalubre, rodeados de enfermedades, humedad, sin luz ni ventilación, con un aroma a suciedad y pinturas tóxicas y una atmósfera llena de tristeza, agujas y desesperación.
La caída del régimen comunista de Ceaucescu dejó desamparados a miles huérfanos y niños abandonados por sus familias, que se encontraban acogidos en orfanatos estatales. El gobierno “democrático” que se sucedió tras la dictadura desde finales de 1989 hasta 1991, ineficaz y corrupto, abocó a situación de calle a una ingente cantidad de menores procedentes de éstos centros. El frío invierno de la capital rumana les obligó a buscar un refugio cálido donde protegerse, y lo encontraron en éste entramado por el que discurren los conductos de agua caliente de la ciudad. Frente al hambre también encontraron una respuesta, la droga llamada Aurolac, cuyos efectos, entre otros, era la desaparición de la sensación de hambre y necesidad alimenticia.
Hacia 2012, se consideraba que ahí abajo vivían alrededor de 5000 adictos y huérfanos. Se piensa que ahora el número ha incrementado significativamente con los nuevos nacimientos. La mayoría de estas personas son niños y jóvenes menores a 30 años y casi todos tienen VIH o tuberculosis.
La entrada a esta civilización subterránea, donde aquellos niños abandonados han procreado descendencia sin control durante años, se encuentra en un agujero en el pavimento, ubicado en un polígono industrial abandonado cerca de la estación de Bucarest. Cuando empieza a anochecer sus habitantes despiertan y salen del subsuelo, como zombis, para recorrer las calles en busca de alimentos y estupefacientes. Ellos conviven bajo el reinado de un narcotraficante apodado Bruce Lee.
Bruce Lee, el rey de este mundo y narcotraficante primario, es una figura clave para entender la jerarquía en la que se vive en este submundo. Él mantiene el refugio suministrado con Aurolac, una pintura metálica que inhalan para drogarse, y con otros estupefacientes sintéticos. Sin embargo este huérfano temible y ex luchador callejero también paga a las pandillas locales para la protección de la colonia y protege a otros niños huérfanos que han caído en el olvido. Bruce Lee tiene una esposa y un hijo, que algún día podría heredar el liderazgo del grupo.
Si bien son cientos de personas las que viven en esta vasta red de alcantarillas en estado de salud terrible, debido a la poca higiene en la que viven, hay quienes sostienen que este líder marginal cumple una suerte de labor social alternativa: los trabajadores sociales aseguran que Bruce Lee protege a los niños de los depredadores sexuales.
Sus residentes son adictos y los huérfanos que cayeron en el olvido después de la caída de la dictadura de Ceausescu. Las alcantarillas ofrecen drogadictos y niños de la calle un lugar cálido y relativamente seguro donde quedarse. Estremece conocer el número significativo de niños que en éste país son abandonados tanto al nacer como a lo largo de su corta vida. Las dificultades económica por las que atraviesa el país repercute en una sociedad que ha visto incrementar los precios desde la entrada en la Unión Europea, mientras los salarios siguen estancados y difícilmente superan los 350 euros mensuales. Los más débiles son siempre las víctimas de tales situaciones y, en éste caso, la situación de Rumanía supera con creces la de todos los países de la Unión Europea y de la mayoría de Europa en su conjunto.
Las políticas estatales de apoyo a la infancia no se encuentran lo suficientemente adaptadas ni desarrolladas para hacer frente a la situación de la infancia desfavorecida en el país. Existen orfanatos estatales que acogen a niños de la calle, cubriendo exclusivamente las necesidades básicas de la vida diaria, sin proporcionar los cauces que propicien un adecuado desarrollo integral del niño. Iniciativas privadas, como la que llevan a cabo los Hermanos Maristas en el Centro San Marcelino Champagnat de Bucarest, responden a la necesidad de éstos niños pobres y abandonados de la calle, donde el núcleo familiar toma relevancia ante el institucionalismo de las grandes estructuras, proporcionando a los niños todos los cuidados que como tal requieren.