Más de dos millones de refugiados se enfrentan al invierno con escasos recursos. Ni siquiera la ayuda internacional llega a abarcar las necesidades más básicas.
Pese a los últimos éxitos logrados por el ejército iraquí y las fuerzas del Gobierno regional kurdo, conocidas como peshmerga, la masa de refugiados que se aloja dentro del país no deja de crecer.
El terrible conflicto que comenzó en Siria y que se ha extendido hasta Irak ha obligado a cientos de miles de personas a abandonar todas sus pertenencias, intentando huir de la guerra. ACNUR abría su base de datos de enero de este año con un total de 2.047.700 refugiados tan sólo en Irak. Más de 300.000 son sirios exiliados por la guerra civil que asola el país desde 2011, pero el grueso de los refugiados, cerca de un millón y medio, se trata de desplazados internos del país. La mayoría se concentran en el Gobierno regional del Kurdistán, al noreste del país.
Cuando en verano de 2014 las fuerzas del Estado Islámico (EI) cruzaron la frontera con Siria y colmaron sus victorias militares con la conquista de Mosul, las persecuciones étnicas y religiosas se dispararon en el país. Los yihadistas fijaron a kurdos, chiíes y otras minorías como sus principales objetivos, pero incluso miles de árabes suníes han preferido huir de las provincias conquistadas por el EI antes que enfrentarse a su doctrina de tolerancia cero.
Ahora, más de dos millones de refugiados se enfrentan al invierno con escasos recursos. Ni siquiera la ayuda internacional llega a abarcar las necesidades más básicas. En el campo internacional de refugiados de Barika, a media hora de Suleimania, alrededor de 1.200 familias se amontonan entorno a calles embarradas por las recientes lluvias. El simple caminar se hace difícil, mostrando el mal estado de las condiciones de salubridad. Todos ellos se sienten desatendidos por el Gobierno, al cual acusan de gestionar mal los campos y de no enviar suficiente ayuda.
“La gente nos envía dinero. Sabemos que hay ayudas, pero no nos llegan”. Tras casi dos años viviendo como refugiado, Munir decidió levantar una modesta casa con ladrillos de hormigón. “El Estado nos subvencionó una habitación donde apenas cabía la cocina. El resto lo hemos tenido que pagar con nuestros ahorros”. Miles de familias que han seguido el mismo ejemplo han levantado en Barika una improvisada ciudad con más de 8.000 refugiados. Algunos pequeños comercios han aparecido entre los edificios grises y las calles inundadas de barro.
Los refugiados ven su futuro con pesimismo. Algunos han perdido total confianza en el Gobierno y se niegan a volver a sus casas. Las atrocidades del Estado Islámico sobre la población civil aún están demasiado presentes en su memoria.
ANTONIO PONCE / EL HUFFINGTON POST.
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