«Digamos bien fuerte la palabra que expresa mejor lo que vemos y sentimos: ¡VERGÜENZA!»

Publicado: 1 de Febrero, 2017- Diócesis de Cádiz y Ceuta

Unas 200 personas participaron en el acto de oración por los inmigrantes que pierden la vida en el mar.

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Alrededor de 200 personas, entre ellas sacerdotes, conciudadanos de las zonas de Barbate y Tarifa, representantes de ONGs y muchas otras se han dado cita este mediodía en la Playa de la Mangueta de Zahora (Barbate) en el acto de oración convocado por el arciprestazgo de la zona y apoyado por el Secretariado diocesano de Migraciones. Allí, en el punto donde se encontró el cuerpo del pequeño de 6 años conocido como «Samuel», han mostrado su repulsa por esta cruel realidad que ha golpeado, con su rostro más duro a la sociedad gaditana.

Gabriel Delgado, director del Secretariado diocesano de Migraciones ha iniciado con la lectura de un comunicado remitido por el obispo, Mons. D. Rafael Zornoza en el que se unía a esta «invitación de plegaria y solidaridad» y destacaba cómo este «suceso ha golpeado nuestra conciencia y la de toda la sociedad». «Esta mañana, mejor que nunca, debemos despertar de la anestesia egoísta de la comodidad y del individualismo que caracteriza hoy las relaciones humanas para unir nuestras fuerzas en la oración y en la acción. Digamos bien fuerte la palabra que expresa mejor lo que vemos y sentimos: ¡VERGÜENZA!» continuaba el comunicado que ha recodado a los millares de personas que, cada día, tienen que dejar sus casas, sus ciudades y ha invitado a la reflexión personal de nuestra respuesta ante esta profunda crisis humanitaria y social.

Tras la lectura del comunicado tuvo lugar unos momentos de silencio y reflexión, acompañados de música y también pudieron escucharse diversas palabreas del Papa Francisco hablando sobre los niños migrantes y refugiados. Tras estas palabras, los asistentes rezaron un salmo a dos coros. Momentos después la palabra SAMUEL era escrita en la arena y rellenada con velas, un signo de la luz, de la vida, que ha de significar. tras la lectura del Evangelio se incoaron las peticiones. 

Las personas allí reunidas han pedido especialmente «por los niños. En primer lugar por este niño que es ya todo un símbolo de la impotencia de esta muchedumbre ante el mal.  Tanto los que no sobreviven como los que mal-viven después de emigrar, explotados por mafias, vendidos, extorsionados, han de preocuparnos y percibir nuestra atención y compasión», «por las familias que dejan sus hogares» pero también «por los gobiernos de las naciones, para que respetando los derechos humanos promuevan leyes justas y aborden con generosidad y equidad el problema de la emigración, en su origen y en sus destinos» y por «cuantos ayudan a cuantos llegan a nuestras costas, a las organizaciones comprometidas con los emigrantes, a las fuerzas de seguridad, a las comunidades parroquiales y a las delegaciones diocesanas»

Por último, se rezó un Padrenuestro y un grupo nmerosos de inmigrantes que ha participado en este acto de oración arrojaron flores al agua, allí donde descansan tantos niños y adultos de jamás llegaron a nuestras costas y que hoy se reunían bajo el nombre de «Samuel».

TEXTO COMPLETO DEL COMUNICADO LEÍDO EN LA ORACIÓN

Queridos amigos, fieles cristianos de las comunidades parroquiales de esta zona costera de Barbate; estimados amigos y personas de buena voluntad, sensibles al drama de la emigración y a defensa de los derechos humanos, que habéis respondido a esta invitación de plegaria y solidaridad.

Os habéis reunido de nuevo para orar, convocados por el último suceso trágico conocido en esta playa: este niño africano muerto, aparecido aquí hace pocos días. Este suceso ha golpeado nuestra conciencia y la de toda la sociedad. En esta reunión estáis representando a toda la Iglesia de Cádiz y Ceuta, implicada con innegable compromiso en la atención, cuidado y promoción de los emigrantes. Queremos, ante todo, reconocerles como hermanos, amados infinitamente por el Señor Jesucristo, que tiene amor preferente por los pobres, necesitados y desvalidos. Recordemos que, en lo que va del año 2017, en tan solo un mes, 3.871 personas han llegado a Europa desde África, Asia u Oriente Medio buscando una vida mejor. Casi el 100% han llegado por mar y 246 se han ahogado en el viaje. Además, en todo 2016, más de 5.000 personas murieron en el Mediterráneo, y se estima que un tercio de los migrantes y refugiados son menores de edad.

Como cristianos que somos queremos, con nuestra presencia aquí, dar testimonio de nuestra fe, y, por ello, de nuestra preocupación y solidaridad con ellos. Dios misericordioso y su Hijo Jesucristo nos enseñan a abrazar y consolar a los afligidos y, en consecuencia, a desvivirnos por ellos y a buscar con esfuerzo el derecho y la justicia en la sociedad, siguiendo los criterios del evangelio.

Esta mañana, mejor que nunca, debemos despertar de la anestesia egoísta de la comodidad y del individualismo que caracteriza hoy las relaciones humanas para unir nuestras fuerzas en la oración y en la acción. Digamos bien fuerte la palabra que expresa mejor lo que vemos y sentimos: ¡VERGÜENZA!

Son millares los que han muerto en el mar por buscar una vida mejor. Detrás de cada número de fallecidos o desaparecidos hay una persona, una familia, un pueblo, una nación; pero también una hambruna, una guerra, una persecución, una extorsión; y muchos miedos, abandonos, dolores, pérdidas, unidas a tantas ilusiones lícitas y a la esperanza de bien y de una vida mejor, que para muchos sólo se realizará en la vida eterna. Es una vergüenza una inmigración trágica que acaba matando a millares a personas adultas, a jóvenes y niños, para la que no se buscan soluciones eficaces suficientes, ni en sus países de origen ni en los de su llegada. La muerte de este niño, además, pone en relieve cómo los niños son los más vulnerables en el drama de las migraciones y están expuestos aún a mayores riesgos.

Y ¿que pensar de los niños? Hace pocas semanas lo recordaba el Papa Francisco:

«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado» (Mc 9,37; cf. Mt 18,5; Lc 9,48; Jn 13,20). Con estas palabras, los evangelistas recuerdan a la comunidad cristiana una enseñanza de Jesús que apasiona y, a la vez, compromete…. Hemos de “llamar la atención sobre la realidad de los emigrantes menores de edad, especialmente los que están solos, instando a todos a hacerse cargo de los niños, que se encuentran desprotegidos por tres motivos: porque son menores, extranjeros e indefensos; por diversas razones, son forzados a vivir lejos de su tierra natal y separados del afecto de su familia.” (Mensaje Jornada Mundial Migraciones 2017).
Escuchemos, ahora, las palabras del discurso del Papa en  Lampedusa, que siguen sonando como un aldabonazo en nuestra conciencias:

“Pero me gustaría que nos hiciésemos una pregunta: “¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?”. ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar! En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: “Es Raquel que llora por sus hijos… porque ya no viven”. Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo… Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. “¿Quién ha llorado?”. ¿Quién ha llorado hoy en el mundo? Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor! Señor, que escuchemos también tus preguntas: “Caín, ¿dónde estás?”. “¿Dónde está la sangre de tu hermano?”.

Hagamos nuestra su reflexión y examen de conciencia.

Oremos, pues, y que nuestra oración sea la mejor expresión de un llanto cristiano de amor y dolor por todos los emigrantes que han perdido su vida:

• Pidamos juntos a Dios omnipotente por los que han muerto en el mar, en este estrecho de Gibraltar.

• Oremos por los niños. En primer lugar por este niño que es ya todo un símbolo de la impotencia de esta muchedumbre ante el mal.  Tanto los que no sobreviven como los que mal-viven después de emigrar, explotados por mafias, vendidos, extorsionados, han de preocuparnos y percibir nuestra atención y compasión. Que el Señor nos conceda este don.

• Oremos por las familias que dejan sus hogares y naciones para que superen sus dificultades; por las que se han roto o han quedado marcadas por el dolor.

• Pidamos a Dios insistentemente por los gobiernos de las naciones, para que respetando los derechos humanos promuevan leyes justas y aborden con generosidad y equidad el problema de la emigración, en su origen y en sus destinos.

• Oremos por cuantos ayudan a cuantos llegan a nuestras costas, a las organizaciones comprometidas con los emigrantes, a las fuerzas de seguridad, a las comunidades parroquiales y a las delegaciones diocesanas, para que, con la misericordia de Dios, sean siempre acogedores, y el Señor recompense su ayuda

• Imploremos la ayuda de Dios para que todos defendamos y procuremos una sociedad justa, humana, misericordiosa, reconociendo el valor de cada vida, integrando a todos en nuestra convivencia. Por la Iglesia, para que se muestre compasiva y fraterna y sea signo del rostro misericordioso de Dios.

• Oremos mucho por nuestra sociedad insensible. Para que superemos “la globalización de la indiferencia” y que vivamos nuestras vida con actitud de servicio y entrega a los demás. Que Dios con su poder realice este milagro que transformaría por si solo el orden de la sociedad. Por nuestra sociedad, para que no se acostumbre al dolor humano ni se insensibilice ante este drama.

• Pidamos finalmente al Señor para que nuestra frontera sea un lugar de encuentro, y nunca un lugar de muerte y de tragedia. Y que El nos conceda a todos nosotros acoger a los emigrantes, trabajar por su bien, y mostrar con solicitud la caridad de Cristo.
Con un solo corazón, íntimamente unidos a la voluntad de Dios que quiere nuestro bien y se preocupa por todos, digamos la oración que Cristo mismo nos enseñó:
PADRE NUESTRO.

 

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