Alfa y Omega 30.04.2015
Benedicto XVI hablaba, en Caritas in veritate, que las migraciones es un fenómeno que marca época. Y que la dignidad de los migrantes –hijos de Dios y hermanos nuestros– está por encima de todo. Eduardo Galeano, recientemente fallecido, decía en una entrevista a la revista italiana Una città: «Las migraciones son la tragedia de las fronteras que se abren mágicamente al paso del dinero, al paso de las mercancías, pero que se cierran al paso de los seres humanos. La mía es una acusación contra todo sistema que prefiere las cosas, a las personas». La mía, desde el Evangelio, también.
1.700 personas refugiadas y migrantes se han ahogado en lo que va de año. Algunos ya hablan delMar Muerto, como casi muerta está la Europa sin valores que bañan sus aguas. Los Gobiernos europeos se enfrentan a un tremendo dilema de vida o muerte. No hacer lo suficiente para ayudar ahora mismo es inhumano e indefendible, equivalente a izar el puente levadizo mientras niños, hombres y mujeres mueren en el foso de nuestras murallas. Goytisolo, premio Cervantes, dedica un párrafo parecido en su discurso a los emigrantes: «Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, deshacer entuertos y socorrer y acudir a los miserables. Imagino al manchego montado a lomos de Rocinante a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad».
Pedir asilo es un derecho humano, una parte esencial de los acuerdos internacionales sobre refugiados que han firmado casi todos los Gobiernos. Pero los Gobiernos europeos están poniendo enormes dificultades. Por ejemplo, han ofrecido, en total, 40.137 plazas de reasentamiento para refugiados sirios, 30.000 de ellas sólo en Alemania. España, una cantidad ridícula. La Iglesia española lo pide continuamente. En cambio, sólo cinco países vecinos de Siria han acogido a 3,9 millones de refugiados.
El cardenal Blázquez pedía, en su discurso inaugural en la reciente Asamblea episcopal, que la política respecto a las migraciones mirara más allá de la defensa de fronteras. Éstos son pasos que nacen del Evangelio: aumentar la insignificante cooperación exterior, sin hipocresías que afirman que ésta es una solución y luego no se traduce en los presupuestos; practicar la hospitalidad reasentando a los refugiados sin protección en la región; reunificación familiar de los refugiados que ya están en la UE; y eximir temporalmente de la obligación de visado o, al menos, conceder visados por motivos humanitarios. Pero ahora la prioridad es salvar vidas. No otra.
El Papa lo pide. Redoblar esfuerzos de acogida, de denuncia, de ejercicio de la hospitalidad, de sensibilización. Como está haciendo la Iglesia española –unida a lo mejor de nuestra sociedad– estos días ante la muerte de los hijos más queridos de Dios.
José Luis Pinilla, S. J.
Director del Secretariado de Migracione
Comisión episcopal de Migraciones