¡Precaución, niños en la calzada! «Muchas veces hay que constatar que la mayor pobreza es la de ser niños»

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(P. Jose Luis Pinilla).- «Día tras día, se niega a los niños el derecho de ser niños. Los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños».

Así hablaba Galeano en el primer capítulo de «Patas arriba: la escuela del mundo al revés» en 1998. Los hechos siguen dándole la razón.

Las or­ga­ni­za­cio­nes de Igle­sia que acom­pa­ñan a las per­so­nas víc­ti­mas de tra­ta re­cuer­dan, con mo­ti­vo de la con­me­mo­ra­ción el 18 de oc­tu­bre del Día Eu­ro­peo con­tra la Tra­ta de Se­res Hu­ma­nos, el prin­ci­pio es­ta­ble­ci­do en el ar­tícu­lo 4 de la De­cla­ra­ción de los De­re­chos Hu­ma­nos en 1948, don­de se se­ña­la que «na­die po­drá ser ob­je­to de es­cla­vi­tud o ser­vi­dum­bre; la es­cla­vi­tud y el co­mer­cio para la es­cla­vi­tud es­tán prohi­bi­dos en cual­quie­ra de sus for­mas».

En esta Jor­na­da Eu­ro­pea, las en­ti­da­des cris­tia­nas que se ocupan del tema res­pal­da­das por la Sec­ción de Tra­ta de la Co­mi­sión Epis­co­pal de Mi­gra­cio­nes, de­nun­cia­n las po­lí­ti­cas que au­men­tan la vul­ne­ra­bi­li­dad de las per­so­nas y el ries­go de ser so­me­ti­das a tra­ta, es­pe­cial­men­te los ni­ños y ni­ñas me­no­res de edad y que se en­cuen­tran en pro­ce­sos mi­gra­to­rios.

Para denunciar situaciones como se organiza el acto sobre «El ne­go­cio de la tra­ta y la es­cla­vi­tud de me­no­res», que es un en­cuen­tro que ten­drá lu­gar de 17 a 19 ho­ras, en la Pa­rro­quia de San Fran­cis­co Ja­vier y San Luis Gon­za­ga (ca­lle de los Már­ti­res de la Ven­ti­lla, nº 34, de Ma­drid).

 

Paso a paso, verso verso, gota a gota, miles de huellas infantiles -por tierra y por mar- han ido creando la nueva ruta del dolor infantil. Durante 2015, 406.000 menores entraron en el continente de un total de 1,4 solicitantes (adultos incluidos) cuando estalló la crisis de refugiados. De ellos 96.000 niños solos pidieron asilo en Europa. Se desconoce la situación de muchos de esos niños, temiendo que una parte pueda haber caído en manos de bandas criminales. La Interpol alertó hace meses que 10.000 menores refugiados no acompañados habían desaparecido después de llegar a Europa. Eso no significa que hayan caído en manos de mafias, pero el riesgo existe.

Los abusos y explotaciones por parte de los traficantes de personas están al orden del día. Niños y niñas son sexualmente abusados y forzados a prostituirse en Libia y muchas chicas llegan embarazadas a Italia producto de violaciones mientras aguardaban a cruzar el Mediterráneo. Parece evidente, según el informe, que la crisis de migración es explotada por redes de traficantes con la mira puesta cobardemente en los objetivos más vulnerables: mujeres y niños. De hecho, hubo un alto incremento de mujeres y niñas nigerianas que viajan a Italia por Libia y se estima que el 80% de ellas son víctimas del tráfico de personas.

O los datos de los 27.000 menores solos que fueron detenidos entre octubre de 2015 y marzo de 2016; un 78% más que en el mismo periodo hace un año tras la crisis humanitaria en la frontera de EEUU por la llegada masiva de niños procedentes principalmente del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador). Estos traen solamente un collar con un cartón colgado o una cinta por dentro del pantalón como toda posibilidad de identificación cuando las mafias los dejan ‘tirados’ solo con sus ropas y estos papeles de identificación.

Y es que en América latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes: en América latina mueren cien niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, «pero hay cada vez más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza», como me seguía aturdiendo la lectura del libro de Galeano. Muchas veces hay que constatar que la mayor pobreza es la de ser niños. «Y entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende». ¡Y no digamos nada de los datos de Africa y Asia!

Y, mientras tanto, en los basureros de la ciudad de México, Manila o Lagos, juntan botellas, latas y papeles, y disputan los restos de comida con los buitres; o en el en el mar de Java se sumergen, buscando perlas; o se afanan por diamantes en las minas del Congo; son como topos en las minas del Perú, imprescindibles por su corta estatura y cuando sus pulmones quedan encharcados y no dan más de sí, terminan en cementerios clandestinos, etc., etc.

Muchos niños que no consiguen ser niños: para las multinacionales del textil, y alquilados por sus padres, tejen y tejen. Alfombras en Nepal y en la India. Desde antes del amanecer hasta pasada la medianoche. Y cuando alguien llega a rescatarlos, preguntan: «¿Es usted mi nuevo amo?»

Cierro el libro de Galeano con esta anécdota. Me voy a dormir.

No puedo.

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