“El que quiera pescado que se moje…”. Os hablo de un “pescador” que tiene 66 años. Es un obispo y misionero alemán que trabajó la diócesis de Aliwal, en Sudáfrica, quien “empapado” por su experiencia de trabajo con refugiados africanos decidió embarcarse para trabajar en el rescate de migrantes en el Mediterráneo. Se llama Michael Wüstenberg.
Y su “jefe de misión”, el patrón del barco inauguró la última travesía con una pregunta: “¿Por qué estamos haciendo esto? A lo que contestó sencillamente: “Para salvar vidas. Para evitar que la gente se ahogue en el mar, para que nadie se quede atrás”, se llama Jan Ribbeck, vicepresidente de Sea-Eye. ‘Los ojos del mar’, un nombre precioso para el barco. Una misión que entiendo es cada vez más clara que nunca: rescates en el Mediterráneo el tiempo que sea necesario, porque cada vida cuenta. A eso se apuntó el obispo como un peculiar pescador.
En esta vida no hay que tener miedo a mojarse por uno mismo o por los demás. El compromiso de luchar por aquello que creemos, superar ciertos problemas, tomar decisiones difíciles, etc. siempre llega un momento donde hemos de “mojarnos” por alguien o por algo. Francisco en la audiencia jubilar de 2016 dijo: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir. La importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos” y lo ha repetido varias veces en distintos momentos.
Aquel que quiere obtener un logro o algo importante en su vida, debe esforzarse llegando incluso hasta el sacrificio. La comparación de esta expresión de mojarse hasta donde uno sepa y pueda, como se sabe, surge de la costumbre de pescar en los ríos con el agua hasta la altura de las nalgas, o bien, sentado en la playa, con lo que, en ambos casos, es inevitable mojarse las sentaderas. Embarrarse.
El gesto de este obispo va por estos derroteros. Ya la Instrucción pontificia ‘Erga migrantes caritas Christi’ pedía a los obispos que “se muestren especialmente atentos con los fieles migrantes, que pidan la ayuda necesaria a las Iglesias de proveniencia e instituciones dedicadas a la asistencia espiritual de los migrantes, y que dispongan la creación de las estructuras pastorales que mejor respondan a las necesidades”.
Y considera que dentro de su papel está la erección de parroquias personales y las misiones con “cura de almas”, así como nombrar capellanes/ misioneros, y que estos obren con espíritu de colaboración y comprensión con otras Iglesias”. Expresión de esto último es precisamente la misión donde se embarcó, pues es un proyecto financiado en gran medida por la alianza que cuenta con el apoyo de numerosas instituciones católicas y protestantes.
Es tarea muy episcopal –y ojalá no fueran noticias estos embarques sino que fuera labor cotidiana, simbólica o frecuente, pero provocadora al fin y al cabo, para salir a remar mar adentro, por supuesto, pero también, si me permitís, “mar afuera”. Mojarse, en definitiva, en este caso, por los emigrantes navegadores de tantos mares. Importancia que radica no solo desde el punto de vista de acción social (esta es solo una parte de su misión con ellos) sino de aprovechar la posibilidad de su enriquecimiento para con la Iglesia y la sociedad en muchísimos aspectos. Y más en la construcción y rejuvenecimiento imprescindible de las nuevas sociedades y comunidades, emergentes o no, que la globalización ha impulsado. Con tal de que el salitre de otros mares que la juventud permanente de la migraciones nos traen, nos empape también a nosotros.
¿No es esto la “Iglesia en salida”?. Para encontrarse con otro, para acoger a otro, hay que salir, hay que dejar espacio, dejar lo máximo de sí, sin dejar de ser uno mismo, para acoger el máximo del otro. El pastor a quien sigue el obispo alemán, Jesús, salió del Padre, y se despojó de su categoría divina para asumir nuestra condición humana, haciéndose uno de tantos. Jesús se hizo forastero (Mt 25). Se mojó. (Jose Luis Pinilla Martin )