Rescatados casi 600 inmigrantes en las costas en menos de 12 horas

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Las ONG tienen claro que el incremento no responde ni a causas fortuitas ni únicas y apuntan a dos motivos claves. De un lado, el trasvase de flujos migratorios ante el aumento de las restricciones en Libia. De otro, la menor vigilancia en las costas marroquíes ante los conflictos y disturbios que atenazan la zona del Rif. Ambos condicionantes han hecho que el verano en las costas de Cádiz, Málaga y Almería se haya copado de pateras rescatadas, según los datos de Cruz Roja. Hasta ahora, ha sido junio el mes con mayor número de auxiliados, 2.384, frente a los 671 en el mismo periodo de 2016. En julio, Cruz Roja atendió a 1.855 (en ese mismo mes el año pasado fueron 371) y en agosto ascendió a las 1.506 personas (en oposición a las 1.155 del mismo tiempo de 2016).

A las cifras de Cruz Roja habría que sumar la de aquellas pateras cuyos ocupantes fueron descubiertos en tierra (y no precisaron atención sanitaria), que llegaron sin ser interceptadas o que no lo hicieron por la vía marítima. De hecho, la Guardia Europea de Fronteras y Costas (Frontex) eleva a 14.000 las llegadas en lo que va de año. Eso supone que la cifra se ha multiplicado “más de 2,5 respecto al año anterior”, según aseguró el pasado lunes el director de Frontex, Fabrice Leggeri, en una rueda de prensa en la que se mostró cauto para definir los motivos del incremento de pateras.

El acumulado de estos ocho meses, según Cruz Roja, ya no solo es que supere a la de todo 2016, sino que hay que remontarse a 2008 -cuando se rescataron a 12.690 personas en total- para encontrar afluencias similares. Aunque los números aún están lejos de los 100.000 inmigrantes llegados a Italia desde Libia en este 2017, destacan porque frente al descenso de las otras rutas migratorias europeas, la española no para de crecer. Y se espera que el número suba considerablemente hasta final de año, en especial con las llegadas de septiembre y octubre.

Hacía más de 10 años que los inmigrantes no llegaban en desvencijadas embarcaciones de madera

Los datos comparables a 2008 no son la única referencia al pasado que el mar trae en estos últimos meses. Aunque son la imagen más icónica y la que da nombre al fenómeno migratorio español, lo cierto es que hacía más de 10 años que los inmigrantes no llegaban en desvencijadas embarcaciones de madera, las conocidas popularmente como pateras. “Sin embargo, este año se han vuelto a ver, especialmente con personas de origen magrebí”, tal y como reconoce la activista Ana Rosado, de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDH-A).

La vuelta de pateras se une al regreso de neumáticas con más de 20 personas, como ocurría antes. “Siguen viniendo las pequeñas que empezaron a llegar hace años (en referencia a las balsas de juguete e incluso tablas de surf), pero estamos detectando que han retomado embarcaciones grandes y eso es raro”, reconoce Rosado. A bordo de ellas, la mayor parte de sus ocupantes son hombres subsaharianos, seguidos de magrebíes. De los segundos, una cifra cada vez más creciente son menores de edad. De hecho, José Carlos Cabrera, mediador cultural del centro de menores El Cobre de Algeciras, estima que solo a la zona del Campo de Gibraltar “han llegado un 79% más de menores con respecto a 2016”.

 Nuevas rutas y motivaciones

Hasta ahora, las rutas de la inmigración más destacadas son tres: Dos de ellas son las que van desde Nador (Marruecos) y Orán (Argelia) a Almería y Granada por el mar de Alborán; y la que une Alhucemas (Marruecos) con Málaga y Tánger (Marruecos) con Cádiz. Sin embargo, se ha detectado otro camino más largo en pateras que recorren la costa desde Larache (Marruecos) hasta Cádiz. “Es una ruta nueva que dura más de 16 horas”, reconoce Estrella Galán, secretaria general de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

Moehcine Hammane, mediador intercultural en la Fundación CEPAIM Algeciras e integrante del colectivo Ideas por La Paz, tiene claro que el incremento de las rutas españolas tiene “una motivación política”. “Dado que en Libia ahora la situación es más complicada para el inmigrante, muchas de las personas que intentan llegar lo hacen por Marruecos”, reconoce Hammane sobre una tendencia que cree que continuará en ascenso. “Los refugiados que buscaban esa vía ahora se desplazan de forma terrestre hasta Marruecos para intentar cruzar desde allí”, añade Rosado, si bien puntualiza que este cambio no afecta directamente a la mayoría de subsaharianos que llegan a España.

Desde Frontex se muestran cautos para definir los motivos del incremento de pateras

De hecho, Galán apunta un motivo clave para las rutas españolas: “Ya sea de una forma más orquestada o no, lo cierto es que Marruecos parece haber bajado su control marítimo”. Galán cree que esa aparente laxitud en el control está originada, a su vez, por el destino de fuerzas y cuerpos de seguridad a los conflictos del Rif. Rosado también advierte el fenómeno y apunta como posible motivo “el refuerzo en la seguridad de la valla de Ceuta de las últimas semanas”. “Es difícil decantarse por una única razón. Estamos investigando sobre el terreno más posibles causas, los movimientos migratorios funcionan como vasos comunicantes”, añade Rosado.

Lo cierto es que el aumento ya trae de cabeza a algunos de los actores implicados en la atención al recién llegado. Ante los más de 2.000 menores que han atendido en este año, la Junta de Andalucía ha tenido que tirar de recursos de emergencia e incluso establecer un centro de atención temporal en un campamento de Tarifa. No son los únicos saturados. Carmen Velayos, secretaria en Cádiz del Sindicato Unificado de la Policía, critica que los efectivos policiales “se encuentran desbordados al 100%” por la situación.

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La ruta española de pateras alcanza cifras de 2008

Salvamento Marítimo rescata de una patera a un grupo de migrantes, en Almería. CARLOS BARBA EFE

Salvamento Marítimo rescata de una patera a un grupo de migrantes, en Almería. CARLOS BARBA EFE

Hasta septiembre se han rescatado más inmigrantes que en el 2016 por las restricciones en Libia y la “menor vigilancia” marroquí, según las ONG

Fue una madrugada dura e intensa en el Estrecho de Gibraltar, como hacía meses no se recordaba. Amparados por la oscuridad y alentados por la mar en calma, centenares de inmigrantes a bordo de paupérrimas pateras se lanzaron a intentar alcanzar las costas españolas. A la incesante noche se sumó una, no menos, intensa mañana en el Mar de Alborán. En apenas 12 horas del pasado 17 de agosto, los servicios de salvamento rescataron a 600 personas, el mayor número de migrantes auxiliados en lo que va de año. Fue solo una muestra de cómo el goteo de pateras ha pasado a ser tan incesante que en este 2017 la cifra de inmigrantes rescatados en España ya ha superado a todos los auxiliados en 2016: 11.043 atendidos hasta septiembre, frente a los 10.389 del año anterior, según Cruz Roja.

Papa: migranti sono nostri fratelli. P. Baggio: Europa ascolti Francesco

Articolo

“I migranti sono nostri fratelli e sorelle che cercano una vita migliore lontano dalla povertà, dalla fame e dalla guerra”. E’ il tweet pubblicato oggi alle 13.30 da Papa Francesco sul suo account Twitter @Pontifex, nel quarto anniversario della sua visita a Lampedusa. Il Papa chiede dunque di andare incontro a migranti e rifugiati senza chiusure. Un appello sul quale, Alessandro Gisotti ha raccolto il commento di padre Fabio Baggio, sottosegretario della sezione Migranti e Rifugiati del Dicastero per lo Sviluppo umano integrale. Sezione che, lo ricordiamo, è guidata personalmente dal Santo Padre:

  1. L’esperienza ci insegna che l’indifferenza, generata soprattutto dalla mancanza di conoscenza dell’altro, nel momento in cui si vengono a conoscere le storie – e le storie vere delle persone che bussano alle nostre porte – diventa un cuore che si apre quasi naturalmente – almeno di quelle persone che sono sensibili e hanno una propensione verso la solidarietà. Sono convinto che è quello che il Santo Padre sta pensando in questo momento, e cioè che provocando questo incontro, facendo in modo che le persone conoscano le storie dei fratelli e delle sorelle che bussano alle nostre porte, sicuramente la nostra apertura, la nostra accoglienza sarebbe più grande.
  2. – Quattro anni fa, la visita profetica di Papa Francesco a Lampedusa: davvero profetica, se pensiamo a quello che sta succedendo. Quel viaggio sembrò allora scuotere le coscienze di tanti. Qual è l’eredità – secondo lei – di quell’evento, per la Chiesa e non solo, oltre i confini ecclesiali?

– Lo abbiamo sottolineato più volte:il primo viaggio fuori Roma del Santo Padre è stato a Lampedusa, di fronte a una tragedia, una tragedia enorme che ha coinvolto centinaia di vite umane e che ha lasciato l’Europa sbalordita di fronte a quello che può accadere quando viene a mancare quella capacità di accoglienza,quella umanità che dovrebbe caratterizzarci anche come continente che ha gestato e ha prodotto quelle linee umanitarie di civiltà che un po’ in tutto il mondo sono l’eredità di questo Vecchio Continente. Quindi il Papa ha voluto fare questo gesto, ha voluto essere presente, ha voluto ricordare che nessuno può sentirsi non responsabile di fronte a queste tragedie, perché qualcosa sì possiamo fare, ed è produrre possibilità, corridoi, canali, modi in cui queste persone che scappano da disastri diversi, che scappano da guerre o che scappano dalla miseria e dalla povertà possono trovare un rifugio nei nostri Paesi.

– Quattro anni fa la visita del Papa a Lampedusa e ora, a livello europeo, sembrano sempre più restringersi le posizioni verso i migranti. Il Papa spesso ha richiamato la vocazione europea all’accoglienza: quali vie suggerisce la Santa Sede, anche attraverso la vostra sezione?

Noi cogliamo, ovviamente, quello che il Papa ha suggerito in più di una occasione e ha ricordato all’Europa, in ripetute occasioni, proprio questa sua missione particolare di civiltà nei confronti dei fratelli e delle sorelle che si trovano nel bisogno, che in questo momento sono meno fortunati. L’apertura a queste persone dev’essere fatta in modo intelligente, sicuro e sicuramente permettendo questo processo sia di accoglienza – che poi produce anche un processo di integrazione – per cui non viene a danno o non viene a produrre nessun timore nel cuore delle persone che ricevono, ma al contrario produce ricchezza e crescita in comune. Certamente, fino a quando tutta questa responsabilità viene letteralmente “scaricata” sul suolo italiano, è ovvio che risulta essere troppo onerosa e dev’essere per questo condivisa con altri Paesi.

 

LA IGLESIA Y LAS MIGRACIONES. Cardenal Antonio Mario Vegliò

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LA IGLESIA Y LAS MIGRACIONES CONFERENCIA DE CLAUSURA

CARDENAL ANTONIO MARIO VEGLIÒ

5 de octubre de 2016

Señor Rector,   Decano,           Amigos,

La declaración conjunta firmada en Lesbos el pasado 16 de abril por el Papa Francisco, el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Ieronymos se abre con estas palabras: «La opinión mundial no puede ignorar la colosal crisis humanitaria originada por la propagación de la violencia y del conflicto armado, por la persecución y el desplazamiento de minorías religiosas y étnicas, como también por despojar a familias de sus hogares, violando su dignidad humana, sus libertades y derechos humanos fundamentales. La tragedia de la emigración y del desplazamiento forzoso afecta a millones de personas, y es fundamentalmente una crisis humanitaria, que requiere una respuesta de solidaridad, compasión, generosidad y un inmediato compromiso efectivo de recursos».

Estas palabras denuncian una herida abierta en el costado de la humanidad, una herida que no deja de agrandarse. La preocupación de la Iglesia por los exiliados, los emigrantes y los refugiados, por un lado, ha sido y sigue siendo una afirmación del derecho a la vida, del derecho a la paz, la protección y la asistencia; por el otro, manifiesta una acción caritativa y solidaria. La misión de la Iglesia, efectivamente, es sobre todo de carácter pastoral, entendida según dos líneas fundamentales: la primera, mediante intervenciones de respuesta a las emergencias con ayuda material concreta, tiende a la atención ordinaria de las personas para la salvaguardia y el crecimiento de la fe, la esperanza y la caridad; la segunda se realiza proclamando la Buena Nueva a quien aún no la conoce.

Ahora bien, en campo migratorio, la Iglesia recorre ambas direcciones. Para ella la emigración no es un simple fenómeno social, sino que es un importante campo de compromiso para verificar la fidelidad a su misión; de hecho, si bien las causas de la emigración son distintas, es siempre la persona humana la que está implicada con toda su existencia.

Con esta intervención me gustaría poner en evidencia las respuestas que la Santa Sede ha intentando dar al fenomeno migratorio en los últimos decenios.

1.  Desde la Segunda Guerra Mundial a la Recuperación del Desarrollo Moderno.

Pío XII, durante su pontificado, en concomitancia con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, hizo lo posible para poner fin al conflicto, pero los esfuerzos fueron, por desgracia, infructuosos. Entre 1930 y 1945 las persecuciones nazis y fascistas, la amenaza del nacionalsocialismo alemán y del comunismo pusieron a la Iglesia ante la delicada tarea de ofrecer protección y asistencia. En otoño de 1944 nació, por voluntad de Pío XII, la Pontificia Comisión de Asistencia a los Refugiados para la distribución de ayudas a los supervivientes y a los prisioneros procedentes de Alemania y Rusia. Con la encíclica Communium Interpretes Dolorum, del 15 de abril de 1945, Pío XII se expresó en favor de la paz entre los pueblos y de aliviar el sufrimiento de los exiliados. Después de la guerra, el Papa Pacelli pidió, sobre todo a los países menos afectados económicamente, solidaridad y compartir las obligaciones, así como el reasentamiento de los exiliados ante el peligro de repatriación forzosa. En 1949, en la encíclica Redemptoris nostri, manifestó su preocupación por los refugiados palestinos.

El 1 de agosto de 1952, en la constitución apostólica Exsul familia, considerada aún hoy la Magna Carta de la pastoral para los emigrantes, el Pontífice reafirmó el derecho fundamental de la persona a emigrar y propuso por muchos motivos, y ante un fenómeno planetario, a Italia como modelo de referencia para la asistencia espiritual de los emigrantes.

Hasta los años 50 la cuestión de los exiliados parecía una realidad delimitada geográficamente a Europa. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados-ACNUR fue creado en 1950, con un mandato simbólicamente renovado cada cinco años, como señalando la anomalía y la urgencia del fenómeno de las migraciones forzosas. Un año después, la Santa Sede se convirtió en miembro del Comité Consultivo, instituido en ACNUR, y ahora llamado Comité Ejecutivo.

El final de la Segunda Guerra Mundial dejó en el escenario europeo, marcado por el luto y la destrucción, a una multitud de personas que durante la guerra habían sido deportadas o que habían tenido que abandonar su país. Solo en Alemania Occidental se contaron aproximadamente siete millones de personas. En esa experiencia humanitaria concreta tuvo origen el enfoque de las sociedades contemporáneas a la cuestión de los exiliados, estableciéndose a partir de ese momento las bases del régimen internacional para los refugiados vigente aún hoy.

Fue entonces cuando se vio la necesidad, no sólo de responder a la reconstrucción material y económica de Europa, sino de crear una organización internacional para la protección de los refugiados, basada en los principios de los derechos humanos y del derecho de asilo. Se observó la urgente necesidad de proteger y afirmar la dignidad humana con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, con instrumentos dirigidos a la protección de los refugiados y, en particular, con la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, con protocolo de 1967. La Santa Sede, partícipe activa en los trabajos para la redacción de la Convención, sugirió con éxito distintas propuestas, entre las cuales la necesidad de favorecer la unidad de las familias y la solidaridad internacional para un efectivo derecho de asilo; y lo hizo también firmando y ratificando la Convención.

La Convención de Ginebra de 1951 representó el primer acuerdo firmado en la Sede de la Organización de las Naciones Unidas. De nuevo en 1951, por voluntad de la Santa Sede, se creó la Comisión Católica Internacional de Migración, que aún hoy se distingue a nivel internacional por su dedicación en el ámbito de las migraciones.

2. Concilio Ecuménico Vaticano y su realización.

Después del pontificado de Pío XII, el Papa Juan XXIII dirigió su atención a los sufrimientos y a los derechos de los exiliados en su encíclica Pacem in terris, del 11 de abril de 1963, e instó a los estados a firmar susodicha Convención de 1951.

El Concilio Ecuménico Vaticano II y las sucesivas intervenciones del magisterio afrontaron este fenómeno, considerado un signo de los tiempos, con una serie de respuestas pastorales concretas.

Aunque el pontificado de Papa Roncalli fue breve, aprovechó cualquier ocasión para alzar su voz en defensa de los exiliados: recordemos los radiomensajes en los que expresó su pleno apoyo a la iniciativa de las Naciones Unidas de celebrar el Año Mundial del Refugiado, desde el mes de junio de 1959 al mismo mes del año siguiente.

En los años 60 y 70, la Santa Sede participó en todas las iniciativas que las organizaciones internacionales promovieron para la protección de los exiliados y la defensa del principio de no devolución de los que solicitan asilo, el principio de non-refoulement.

Cito sólo algunas: ante todo la Conferencia de Arusha, de 1979, para los refugiados de África. Después la Conferencia de Ginebra, de 1984, cinco años después, para los refugiados, de nuevo, de África. La Conferencia de Oslo, de 1988, para los refugiados del África austral.  La Mesa Redonda de los expertos de Asia sobre la protección internacional de los Refugiados y de los Desplazados de 1980, en Manila, Filipinas. El Coloquio sobre la Protección Internacional de los Refugiados en América Central -México y Panamá-, en 1984 y, por último, la Conferencia sobre los Refugiados Centroamericanos, en Ciudad de Guatemala, en 1989. Pueden observar como en estos diez años la Santa Sede ha participado en todas las conferencias concernientes a los refugiados, a los exiliados de todas las naciones del mundo.

El Beato Papa Pablo VI, al igual que sus predecesores, se tomaba muy en serio el deber de la Iglesia de estar presente en cualquier lugar o situación en el que los seres humanos sufren, tal como demuestran sus numerosas intervenciones. Estas intervenciones instaban a los estados a tomar una posición con el fin de llevar a cabo el asentamiento y asegurar el derecho de asilo de los exiliados. El Papa Montini era sensible al tema de los refugiados, para los que había hecho todo lo posible, de manera concreta, durante los años de la guerra, cuando era sustituto en la Secretaría de Estado. Fue el primer Papa que viajó en avión y el primero que atravesó los continentes. Los años de su pontificado estuvieron marcados por enormes desplazamientos de personas en los cinco continentes. Poblaciones enteras de individuos y de familias. Los desplazados se contaban por millones: de África, de Oriente Medio, del Sudeste asiático. Recordemos, por ejemplo, los campos de refugiados de Malasia, de Indonesia, de Tailandia, en los que la situación sigue siendo hoy igual que hace treinta años. Es decir, hace treinta años que existen estos campos y que la gente que hay en ellos vive de la manera como se puede vivir en los campos de refugiados. Pensemos en los boat people vietnamitas y chinos, y en muchos otros.

El Papa Montini, en la encíclica Populorum progressio, de 1967, hizo un llamamiento a la solidaridad internacional para defender la dignidad de todos los seres humanos. Sus llamamientos a las instituciones eclesiales y civiles fueron numerosos y finalizados a encontrar soluciones de acogida seguras. Con palabras dolientes dijo, y cito: «No basta con recordar los principios, afirmar las intenciones, subrayar las evidentes injusticias y proferir denuncias proféticas. Estas palabras no tendrán un peso real si no van acompañadas por una toma de conciencia personal en cada uno de nosotros, por una conciencia más viva de la propia responsabilidad, y por una acción efectiva» (Carta apostólica Octogesima Adveniens, 14 de mayo de 1971).

En 1970, el Pontífice instituyó la Pontificia Comisión de Spirituali Migratorum atque Itinerantium Cura, elevada después al Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes de 1988, con la promulgación de la constitución apostolica Pastor bonus. El Pontificio Consejo es un instrumento en las manos del Papa, al que está confiada también la atención pastoral de quienes han sido obligados a abandonar la propia patria y no tienen otra.

Este Pontificio Consejo es el que tengo el honor de presidir; pero en la reforma que se está llevando a cabo en la curia se incorporará, se unirá a otros tres Pontificios Consejos. Y dado que el problema de las migraciones -en el fondo, los exiliados y los refugiados forman parte del gran fenómeno de las migraciones-, es importante, el Papa ha querido subrayar que intentará seguir personalmente este sector, esta comisión…

3. La solicitud pastoral del Papa San Juan Pablo II.

Durante los veintisiete años de su pontificado los llamamientos del Papa San Juan Pablo II a la comunidad internacional, con el fin de promover la dignidad de la persona humana y las libertades fundamentales, fueron incesantes.

En 1981, pocos años después del inicio de su pontificado -tres años después-, Juan Pablo II afirmó que cuanto hace la Iglesia en favor de los exiliados es parte integrante de su misión en el mundo. Recordemos algunos documentos del magisterio para la atención pastoral de los emigrantes y los refugiados.

  1. Para una pastoral de los refugiados, documento del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, 1983.
  2. Los refugiados: un desafío a la solidaridad, también de nuestro Pontificio Consejo, 1992. Este texto, enviado a las conferencias episcopales del mundo y presentado y adoptado por las Naciones Unidas, reconoce al refugiado como un sujeto con derechos y deberes y no sólo como una persona que meramente necesita asistencia. Propone, además, ampliar la protección a esos refugiados llamados de facto como, por ejemplo, las víctimas de las guerras civiles, de calamidades naturales o de desastres causados por el hombre. En este documento se lee que la Iglesia ofrece su amor y su asistencia a todos los refugiados sin distinción. Y la responsabilidad de ofrecer acogida, solidaridad y asistencia a los refugiados es sobre todo de la Iglesia local, llamada a encarnar la exigencia del Evangelio saliendo al encuentro, sin distinciones, de estas personas en el momento de la necesidad y la soledad. Su tarea, la tarea de la Iglesia, asume distintas formas: contacto personal, defensa de los derechos de los individuos y de los grupos, denuncia de las injusticias que están en el origen del mal, acciones para la adopción de leyes que garanticen una protección efectiva, educación contra la xenofobia, institución de grupos de voluntarios y de fondos de emergencia y, por último, asistencia espiritual.

III. La carta Jubilar de los Derechos de los Refugiados, del año 2000, fruto de la colaboración con ACNUR y otros organismos dedicados a la asistencia de los emigrantes forzosos.

4. La época actual. La que nos concierne, la que todos sabemos y conocemos. El Papa Benedicto XVI, que está bien… últimamente he ido a verle, pobrecito, físicamente está un poco cansado, le cuesta caminar, camina con el andador, pero mentalmente está muy, muy lucido… es un gran señor, verdaderamente es un gentleman

El Papa Benedicto XVI, ya en nuestros días, apenas un mes después de su elección como Sumo Pontífice en abril de 2005, se expresó en favor de los exiliados. En ocasión de la celebración de la Jornada Mundial del Refugiado, promovida por las Naciones Unidas el 20 de junio de todos los años, el Papa subrayó, y cito, «la fuerza de espíritu que necesita quien debe dejarlo todo, a veces incluso la familia, para evitar graves dificultades y peligros. La comunidad cristiana se siente cercana a cuantos viven esta dolorosa condición, se esfuerza por sostenerlos, y de diversos modos les manifiesta su interés y su amor, que se traduce en gestos concretos de solidaridad, para que todos los que se encuentran lejos de su país sientan a la Iglesia como una patria donde nadie es extranjero» (Angelus del 19 de junio de 2005).

Sus afligidos llamamientos han sido incesantes y los hemos escuchado en más de una ocasión en las homilías, en la oración del Angelus dominical, en la Jornada Mundial para el Emigrante y el Refugiado o en los encuentros a alto nivel. Sus reflexiones se fundan en la conciencia de que la solidaridad está vinculada a la común pertenencia a la única familia humana, cualesquiera que sean las diferencias étnicas, económicas e ideológicas. Dependemos los unos de los otros. La solidaridad es fruto del amor y de la justicia puestas en práctica. Por otra parte, el Papa afirmaba que acoger a los refugiados y ofrecerles hospitalidad es para todos un gesto obligado de humana solidaridad para que, así, no se sientan aislados a causa de la intolerancia y la indiferencia.

Cada año, en su mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante, el Santo Padre envía a todo el mundo este mensaje sobre los emigrantes… normalmente se recuerda este mensaje, se celebra esta jornada, a mediados del mes de enero. El de este año ya ha salido, pero aún no se ha dado a conocer al público. Espero presentarlo en unos días, porque las distintas conferencias episcopales tienen que saber cuál es para difundirlo y poder crear una mentalidad…Ahora bien, el problema de los refugiados, de los exiliados, es un problema que nos afecta, nos afecta a todos…

En su mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante de 2007, el Papa Benedicto XVI afirmó: «Siento el deber de llamar la atención sobre las familias de los refugiados, cuyas condiciones parecen empeorar con respecto al pasado, también por lo que atañe a la reunificación de los núcleos familiares. (…) Es preciso animar, a todo aquel que está destruido interiormente, a recuperar la confianza en sí mismo. Es necesario, en fin, comprometerse para garantizar los derechos y la dignidad de las familias, y asegurarles un alojamiento conforme a sus exigencias».

En su encíclica Caritas in veritate, el Papa emérito Benedicto XVI dedicó todo un número al tema de las migraciones en el ámbito del desarrollo humano. Ha recordado, entre otras cosas, que «ningún país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales. Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios. Como es sabido, es un fenómeno complejo de gestionar (…). Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación» (62). Esta es una frase fundamental que se repite continuamente cada vez que se habla de los derechos de los emigrantes. Ciertamente, puede ser un problema, pero son personas humanas, no son números, no son objetos, no son paquetes postales.

En el mundo de hoy, la emigración ha asumido una nueva configuración y sus dimensiones están destinadas a crecer en los próximos decenios. La situación, sin embargo, a lo largo de los años se ha hecho más compleja y, en consecuencia, ha sido necesario ampliar la protección garantizada a los exiliados también a otros grupos, como por ejemplo, a las personas que huyen a causa del cambio climático y de los desastres naturales. También estos desplazados necesitan protección. Sólo después de una mayor comprensión de su situación y condiciones se están realizando programas adecuados. En resumen, en el centro de la solicitud pastoral de la Iglesia está siempre la persona humana y las vergonzosas plagas del tráfico y la trata de seres humanos nos imponen nuevos desafíos. ¿Conocen ustedes la trata de personas, la venta de órganos, la explotación de niños y mujeres, tanto en el ámbito sexual como del trabajo, verdad?

  1. El último punto. Y luego la conclusión. Estas son las dinámicas que constituyen la candente actualidad a la que se debe enfrentar el pontificado del Papa Francisco, el pontífice actual. En 2013, pocos meses después de su elección, nuestro Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, junto al Pontificio Consejo «Cor Unum», publicó un nuevo documento sobre las migraciones forzosas que tiene como título: «Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos».

Las razones de un nuevo pronunciamiento de la Iglesia sobre este tema son numerosas. Ante todo, responde a los cambios en la naturaleza de las migraciones forzosas de estos años y, en particular, desde que fue publicado en 1992 el documento «Los refugiados: un desafío a la solidaridad». En segundo lugar, es oportuno tener en cuenta que las causas que hoy obligan a hombres y mujeres a dejar sus casas son muy distintas y a esto corresponde el endurecimiento de las leyes de muchos gobiernos en materia y, con frecuencia, también de la opinión pública.

Sabemos todos cuál es la posición de muchos países de Europa y sabemos todos cómo, ante el problema de la emigración, la gente, también nosotros, a veces reaccionamos. Por lo tanto, creo que se puede decir que hay un endurecimiento de las leyes de muchos gobiernos en materia y, con frecuencia, también de la opinión pública.

Se ha impuesto, por lo tanto, la necesidad de una nueva reflexión. Es evidente que en el debate político, a nivel nacional e internacional, es cada vez más frecuente la adopción de medidas disuasorias en lugar de incentivar el bienestar de la persona, la tutela de su dignidad y la promoción de su centralidad.

Cuando se habla de emigrantes se habla siempre del aspecto negativo y nunca del aspecto positivo. Que lo hay, vaya si lo hay. Cuando se habla de los «clandestinos», de las personas en situación irregular, muchos dicen «clandestinos» igual a «criminales». No es justo, es falso.

Parece que se preste más atención a las modalidades para mantener alejados a los exiliados y los desplazados, en lugar de considerar las razones por las que se han visto obligados a huir. La sola presencia de exiliados o personas desplazadas se considera un problema. Y el resultado es que todo esto está amenazando también el espacio de protección.

La sensibilidad del Papa Francisco hacia las migraciones forzosas y, en particular, su cercanía a los refugiados y a las víctimas del tráfico de personas, que él ha definido un «crimen contra la humanidad», «una vergonzosa plaga indigna de una sociedad civil», ha emergido en sus numerosos llamamientos, incluso a las pocas semanas de su elección. Un signo importante fue la decisión de reunirse con los desplazados en Lampedusa… Si recuerdan, Lampedusa es una isla en el sur de Italia, en la que en 2013 murieron aproximadamente trescientas personas antes de llegar a tierra… Fue su primer viaje fuera del Vaticano… esto fue en julio de 2013…

Y el año pasado, o a principios de este año, no me acuerdo, la visita a la isla de Lesbos, en Grecia, el pasado mes de abril… de este año. Gestos. Gestos que han removido las conciencias de las personas y de los estados que pueden -los estados y las personas- y deben contribuir a la adopción de políticas migratorias comunes y con un rostro más humano.

En conclusión, siento la necesidad de repetir que la preocupación que siente la Iglesia por los exiliados, los refugiados y los emigrantes sigue siendo grande. Su compromiso se ha manifestado en la concreción de las iniciativas humanitarias realizadas por instituciones eclesiales como Cáritas, las asociaciones de voluntariado, los grupos de laicos comprometidos y las estructuras de las parroquias e institutos religiosos. La Santa Sede, en particular, no ha dejado nunca de intervenir, tanto a nivel internacional como en ámbitos informales, para animar al estudio de soluciones perdurables sobre las cuestiones que atañen a los exiliados y a los refugiados, al respeto de los derechos humanos y a la salvaguardia de la dignidad de los emigrantes forzosos, sin infravalorar la obligación de todos de compartir las obligaciones y de elaborar una política migratoria global finalizada a la acogida, atenta al problema de las familias separadas a la fuerza en la huida y a la protección de las categorías vulnerables, como los niños, las mujeres, los ancianos y los minusválidos. Todos estamos llamados a seguir el camino que el Papa Francisco nos indica como la «revolución de la ternura», en la que el Papa recomienda no tener miedo de globalizar la solidaridad para acoger a los exiliados y emigrantes, recordándonos siempre que ellos son la carne de Cristo.

Gracias por su atención.

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