“Redescubrir el don de la hospitalidad”

img_56221Comunicado final del Encuentro de obispos y delegados responsables de la pastoral de los migrantes de las Conferencias Episcopales de Europa:

La gente conoce cada vez más el drama que viven miles de migrantes que cada día se arriesgan tratando de alcanzar el territorio europeo, cruzando el Mediterráneo en barcos en mal estado y el desierto en largas marchas de la muerte; en cambio son menos conocidas las historias de generosidad, historias donde se comparte y se acoge genuinamente, historias que acompaña el fenómeno migratorio de los últimos tiempos. Después de la urgencia de acoger, la Iglesia Católica está en primera línea en la emergencia relacionada con la integración de miles de migrantes. En Madrid, los obispos y los delegados responsables de la pastoral de los migrantes en Europa han dialogado sobre los “modelos” de integración, las buenas prácticas y los desafíos para la sociedad europea.

Después de haber afrontado la cuestión de la acogida en el año 2015, los directores nacionales de la pastoral de los migrantes se han focalizado en el Año de la Misericordia en el desafío de la integración. El encuentro tuvo lugar en Madrid desde el 26 al 27 de septiembre invitados por el obispo de Albacete, Mons. Ciriaco Benavente Mateos, Presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española.

La integración de los migrantes y de los refugiados es un fenómeno complejo y de múltiples facetas donde no existe un modelo único, sino diferentes experiencias relacionadas con las necesidades y las posibilidades del territorio que acoge. La Iglesia Católica, como han testimoniado los participantes, está comprometida en todos los países con diferentes actividades y programas. Sin embargo, ya sea la acogida como la integración no son prerrogativas de un sector particular de la sociedad civil y/o de instituciones de la iglesia, sino de toda la sociedad, porque es la persona en su totalidad – es decir, es una persona que necesita un trabajo, una casa pero también necesita el afecto de una familia y un apoyo espiritual – que debe ser acogida. Tampoco es un asunto solamente del migrante o de quién pide asilo, sino que corre por un camino paralelo poniendo en juego también la responsabilidad y la capacidad de la comunidad que acoge, llamada a dar espacio a la diversidad.

Con su enfoque, la Iglesia siempre busca promover esta doble dimensión, con un trabajo que tenga en cuenta tanto las necesidades de los migrantes, en su integralidad y en su dignidad de persona, como también las necesidades de la comunidad que acoge. Los muros, antes de ser realidades físicas, son los muros que se elevan en los corazones humanos. La ignorancia y el miedo son, de hecho, los primeros obstáculos que hay que superar. Las personas tienen que comprender qué significa ser un refugiado, qué significa tener la propia vida contenida en una simple mochila. Por lo tanto, es claro que el verdadero desafío de la integración pasa antes que nada a través de un trabajo educativo de toda la sociedad. Es necesario educar a la gente al diálogo y al encuentro. De hecho, el encuentro con los que son diferentes a nosotros, si se realiza con la disposición apropiada, es siempre enriquecedor y se inserta en la óptica del intercambio de dones.
Este acompañamiento de la comunidad que acoge debe realizarse junto a todas las realidades sociales y eclesiales presentes en el territorio. Sólo una educación al encuentro y al diálogo permitirá erradicar temores injustificados, sostenidos frecuentemente por estereotipos y cliché, que alimentan cada vez más sentimientos xenófobos en Europa.

Entre las distintas experiencias presentadas por los participantes, el medio pedagógico-pastoral privilegiado para promover una real integración parece ser “trabajar juntos”. Es en el hacer juntos, acciones y actividades concretas que el migrante y la comunidad que acoge se perciben como una sóla cosa. En el espíritu del Año de la Misericordia, los directores nacionales luego han recordado la necesidad de volver a descubrir el significado y el valor de la hospitalidad que ayuda a los cristianos a responder mejor al desafío de la integración. En esta óptica, la parroquia es, sin duda, el espacio privilegiado donde se puede realizar una verdadera pedagogía del diálogo y del encuentro. En sus distintas realidades, la comunidad parroquial puede convertirse en un gimnasio de la hospitalidad, el lugar donde se realiza el intercambio de experiencias y de dones, donde se forja la convivencia pacífica que todos aspiramos.

En Madrid, los directores nacionales también discutieron algunas cuestiones afrontadas anteriormente y que aún existen, como el tráfico de seres humanos (el trabajo que lleva adelante el Santa Marta Group), la presencia de los inmigrantes católicos chinos en Europa y la dinámica de la evangelización de los chinos en Europa.

En la Parroquia “Santa María del Silencio” junto a una delegación de la diócesis de la pastoral de los migrantes de Madrid, los participantes celebraron la Eucaristía, animada por un coro africano y presidida por el arzobispo de la ciudad, S. E. Mons. Carlos Osoro Sierra. Más tarde, en el centro de acogida ‘San Ignacio’ de los padres Jesuitas de Madrid se reunió un numeroso grupo de jóvenes africanos, donde fue posible apreciar concretamente las distintas iniciativas que se realizan en el Centro Ignaciano para promover la integración, especialmente a través del trabajo y la educación. Los trabajos se concluyeron encontrando el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, el Cardenal Ricardo Blázquez Pérez, en la sede de la Conferencia Episcopal en Madrid y un encuentro en Toledo – ciudad particularmente comprometida en el trabaja con los migrantes – con el arzobispo local, Mons. Braulio Rodríguez Plaza.

http://www.conferenciaepiscopal.es/redescubrir-el-don-de-la-hospitalidad/

Los españoles vuelven a ser emigrantes

emigrantesSon bien conocidas en España las imágenes de emigrantes con maletas de cartón que en los años 60 partían a Europa y América en busca de trabajo y una vida mejor.

Este fenómeno, conocido como la ‘emigración española’, acabó en 1973 como consecuencia de la crisis del petróleo y,  tras la entrada de España en la Unión Europea y la bonanza económica que la precedió, los emigrantes pasaron a ser cosa del pasado: España se convirtió en un país con un nivel de vida envidiable que ya no producía emigrantes, sino que los acogía.

Aunque España nunca ha destacado por tener una tasa de desempleo baja, nadie había imaginado que la actual crisis dejaría 5.273.600 parados y que se ‘cebaría’ especialmente con los jóvenes. El desempleo juvenil en estos momentos ronda el 50%, y si no fuera por la fuerte emigración de la juventud que se ha producido durante los últimos años sería aún peor.

Según la prensa europea, alrededor 300.000 jóvenes españoles formados han abandonado el país desde 2008  hasta el 2011, desalentados por la falta de oferta laboral. Según la reforma laboral aprobada por el nuevo gobierno, durante el primer año de contrato las pequeñas y medianas empresas (PYMES) podrán despedir al trabajador sin indemnización ni causa, lo cual supone abrir más aún las puertas al empleo precario y temporal. Los jóvenes de menos de 25 años, por su falta de experiencia, seguirán así abocados a trabajar por un sueldo bajo o a encadenar prácticas no remuneradas. Los recortes que se han hecho en investigación han convertido lo que antes era una oportunidad para formarse en el extranjero en una obligación, y España se enfrenta a una auténtica ‘fuga de cerebros’ que, sin duda, repercutirá a largo plazo en el país, tanto social como económicamente.

Aunque este fenómeno se produce ya desde hace años,  hace poco que se ha empezado a hablar de ello y a considerarlo un problema. Esto quizás se deba a que los jóvenes españoles ya no  emigran sólo a países del norte de Europa, conocidos por su alto nivel de vida, sino que también lo empiezan a hacer a países del este de Europa. El periódico checo Lidové Noviny habla en un artículo reciente de lo mucho que ha aumentado la cantidad de jóvenes inmigrantes del sur de Europa. Se trata de menores de 35 años que buscan trabajo en empresas checas, formados y con buen nivel de inglés.

Lo peor de esta situación es no saber cuánto va a durar. La mayoría de los jóvenes que se van lo ven como algo temporal, piensan en trabajar fuera unos años hasta que «pase la crisis», o al menos su peor parte, para volver a casa y buscar trabajo allí. Sin embargo, ¿que es lo que les espera? Hay teorías acerca de que a la crisis le seguirá un largo periodo de depresión que durará años, durante los cuales no habrá cambios significativos en la tasa de desempleo, y aún después las cosas no volverán a ser como antes. Muchos de estos jóvenes han crecido con un nivel de vida que difícilmente van a ser capaces de mantener.

Mientras tanto, en España el gobierno sigue haciendo recortes y los jóvenes españoles se marchan huyendo de la pregunta que nadie quiere hacerse: ¿Está la juventud española condenada al desempleo? Sólo el tiempo lo dirá.

http://www.unric.org/es/desempleo-juvenil/279-los-espanoles-vuelven-a-ser-emigrantes

La iglesia de San Antón acogió una mesa redonda sobre el drama de los refugiados


Sebastián Mora: «Tenemos una solidaridad de corto alcance, reaccionamos ante el miedo o la cercanía del dolor»

José Luis Pinilla, sj.: «Ya es hora de que la sociedad española reconozca a los emigrantes su labor»

Jesús Bastante, 15 de junio de 2016 a las 08:32

Hace dos años, ya había 60 millones de refugiados. Esas mismas personas estaban muriendo en Jordania, Siria, Líbano… pero no nos preocupaba. ¿Cuándo comenzó a preocuparnos? Cuando llegaron a las puertas de Europa.

El debate, con motivo de la publicación de«Éxodo» (Publicaciones Claretianas), del cardenal Tagle, giró no sólo en el drama de los refugiados del este de Europa, sino también en las miles de historias de hombres y mujeres obligados a abandonar su hogar huyendo de todo tipo de guerras, las que matan con bombas y fusiles y las que lo hacen a través del hambre, la sed o cualquier otro tipo de injusticia.

Junto a Mora, el padre Ángel, presidente de Mensajeros de la Paz, quien habló de un «mismo dolor» en los campos de Idomeni o en las vallas de Melilla; la hermana Julia García Monge, de Confer, que denunció que «no debería haber migrantes de primera y de segunda categoría»; o el jesuita José Luis Pinilla, responsable de migraciones de la Conferencia Episcopal, quien reconoció que «en la Iglesia hacemos mucho, pero no sabemos ‘venderlo’ bien», y reclamó que «ya va siendo hora de que la sociedad española reconozca a los emigrantes su labor para construir nuesro país».

Moderando, el editor del libro, Fernando Prado quien recordó que el título «Éxodo» viene del griego, pues esa misma palabra significa «Salida» y se encontraba a la puerta del campo de Idomeni que visitó el cardenal Tagle hace meses, llevando la solidaridad del Papa Francisco y recordando que «cada comunidad cristiana podría acoger a una familia de refugiados». «En españa hay 20.000 parroquias», recordó Prado.

Por su parte, Sebastián Mora incidió en que vivimos un momento «de tiempo eje» en Europa, unos años en los que «a veces no acertamos a comprender lo que sucede». En este sentido, alabó cómo la sociedad europea se ha volcado en el drama de los refugiados, especialmente a través de los medios de comunicación, pero advirtió que «poniendo el foco en el refugio, estamos desenfocando la realidad de la indignidad humana». Y es que, hace dos años, «ya había 60 millones de refugiados. Esas mismas personas estaban muriendo en Jordania, Siria, Líbano… pero no nos preocupaba. ¿Cuándo comenzó a preocuparnos? Cuando llegaron a las puertas de Europa».

Ante la solidaridad de corto alcance, «necesitamos una cultura que sepa acoger al que viene, pero mantenga una mirada larga para no terminar cambiando de tema cuando pasa la foto». ¿Estamos a tiempo? Dudas. «Estamos incapacitados social y políticamente para tener una mirada de altura», denunció el secretario general de Cáritas, quien no obstante invitó a lograr «que todo el dolor del mundo nos lleve a acoger el dolor concreto, y tener una mirada de justicia y misericordia», pues «sólo una fe herida es creíble».

El padre Ángel, en una breve alocución, recordó sus visitas a los campos en Grecia, pero también en Jordania, con el padre Carlos, y no quiso olvidar el drama de las concertinas en nuestra frontera Sur. «Todo esto debería provocarnos vergüenza y dolor», subrayó el sacerdote, pero «también sigue siendo una preciosa verdad la solidaridad», como día a día, demuestran desde Mensajeros, Cáritas y multitud de ONG, muchas de ellas con el Evangelio de Jesús como guía.

Para la hermana Julia García Monge, es importante que la Iglesia, y en especial la vida religiosa, ponga «la acogida y la promoción de la justicia en el centro de toda la pastoral», y que aprendamos a «vivir la acogida en las comunidades, las casas, hasta en los conventos vacíos«, como señalaba el Papa.  Con esta voluntad, la práctica totalidad de las congregaciones, recordó, «pusimos nuestros recursos materiales y personales para la llegada de los refugiados».

«Como los refugiados no llegaban, emprendimos una reflexión más profunda: por qué no trabajar la acogida no sólo con los ‘refugiados oficiales’, sino también con todos los que están viviendo en nuestro país en situaciones muy duras», recalcó García Monge. «Yo quiero ser fiel a la hospitalidad», apuntó, «hacernos compasivos con todo aquel que está sufriendo, además de la frontera este, tenemos la frontera sur«.

Finalmente, José Luis Pinilla subrayó la necesidad de «implicarse con la realidad vulnerable y herida de los refugiados», para, como dice Francisco (y el Evangelio), «colocar en el centro de la Iglesia las periferias». «También nosotros fuimos emigrantes, y la Iglesia no quiere que perdamos la memoria. Los cristianos somos un pueblo errante».

¿Qué podemos hacer como Iglesia? Para Pinilla, «lo importante no es tanto lo que yo hago con ellos, que lo es, sino prevenir, advertir, preguntarse por qué ha pasado, y dejarse ayudar por ellos. No hablar de ellos, no hablar sobre ellos, sino hablar desde ellos«.

http://www.periodistadigital.com/religion/solidaridad/2016/06/15/sebastian-mora

Martirio cristiano en Pakistán

Familiares de una de las decenas de víctimas lloran durante el entierro en Lahore - AFP

Familiares de una de las decenas de víctimas lloran durante el entierro en Lahore – AFP

Mientras Lahore cuenta aún las mujeres y niños muertos en un parque a manos de un suicida de Daesh, los islamistas piden a miles en Islamabad que se ahorque a la cristiana Asia Bibi por presunta blasfemia

Yusuf Farid, de 28 años, maestro de una escuela coránica en el centro de Pakistán, se situó junto a la principal puerta del parque Gulshan e Iqbal de Lahore —repleto el Domingo de Resurrección de familias cristianas para celebrar la Pascua— y esperó cargado de explosivos a que las madres se concentraran a la hora del cierre para hacerse estallar. La bomba —como la de Bruselas— contaba con rodamientos de metal, que hicieron las veces de metralla, para causar el mayor número de víctimas. El balance oficial anoche era atroz: 72 muertos, 29 de ellos niños, y más de 300 heridos, muchos en estado crítico.Una facción radical de los talibanes de Pakistán, que se presenta como filial de Daesh, Jammat ul Ahrar, reivindicó el ataque suicida. Su objetivo era matar al mayor número posible de cristianos para «enviar un mensaje» al primer ministro Nawaz Sharif, un islamista moderado amigo de Occidente al que quieren derrocar. Otra vez, como ocurriera hace justo un año con los ataques a dos iglesias católicas de Lahore en plena Semana Santa, el castigo se ha cebado en la pequeña comunidad cristiana de Pakistán. Dos millones apenas de fieles, que constituyen los «apestados» entre los 193 millones de habitantes del que se proclama «país de los puros».¿Vale más un europeo muerto en Bruselas que un cristiano paquistaní asesinado en un parque de Lahore por la misma razón fanática? La relativa indiferencia con que los medios occidentales han reaccionado ante el brutal asesinato en masa ocurrido en la segunda ciudad de Pakistán apunta a esadoble vara de medir. El primer ministro paquistaní viajó ayer a Lahore para interesarse por las víctimas y los familiares del ataque talibán. Horas más tarde, fuentes del Gobierno de Islamabad anunciaron inminentes redadas en el Punjab por parte de los Rangers paramilitares.

Nadie espera que por sí solo el régimen de Islamabad haga algo para cambiar el trágico estado en que vive la minoría cristiana. La indiferencia –vestida de impotencia– con que las autoridades de Pakistán responden a atentados terroristas como los registrados en Lahore refleja el chantaje que imponen los partidos ultrarreligiosos musulmanes, y más aún la cultura general de un país acostumbrado a tratar a los no mahometanos como ciudadanos de segunda. Además. Lahore es el bolsón de votos principal de Nawaz Sharif, acusado con frecuencia de inacción en el Punjab para no enemistarse con los votantes islamistas.

«Matad a Asia Bibi»

Ha sido el enésimo ataque contra los cristianos de Pakistán. Pasada la conmoción de los primeros momentos es muy probable que todo vuelva a ser los mismo: no habrá guardias especiales para los templos, ni protestas por parte del clero musulmán paquistaní, ni detenciones o juicios para los islamistas responsables (el Gobierno de Islamabad se escuda en el colapso de la Justicia, que tiene más de un millón de casos paralizados).

En los barrios cristianos de Lahore, como en los de otras ciudades de Pakistán, la vida será a partir de ahora un poco más insoportable. Cuando sus decenas de miles de católicos salgan del gueto tendrán dificultades para encontrar trabajo por no ser musulmanes; si trabajan, tendrán que utilizar una cantina aparte para no contaminar a sus compañeros mahometanos; si la empresa tiene dificultades, serán los primeros en irse a la calle. Sus hijas, mientras tanto, se verán a diario tildadas de prostitutas, también por otras chicas, por no utilizar el velo por la calle.

La afrenta más publicitada en el exterior es, también, la más lacerante: la llamada «ley de la blasfemia», que permite a tres musulmanes ponerse de acuerdo para encerrar en la cárcel o condenar a muerte a un cristiano si le acusan de haber insultado a Mahoma o al Corán. El caso de Asia Bibi –la cristiana paquistaní condenada a la pena de muerte por beber de la misma tinaja que sus vecinas musulmanas– es el icono del martirio cotidiano de los cristianos.

El escenario que presenta la capital de Pakistán desde el día del atentado en Lahore es por eso casi surrealista. El domingo pasado, 25.000 manifestantes islamistas ocuparon el centro oficial de Islamabad para protestar por el reciente ahorcamiento del asesino del gobernador del Punjab. El político y musulmán moderado Salman Taseer fue asesinado en 2011 por su guardaespaldas por hacer campaña contra la «ley de la blasfemia». Ayer, miles de manifestantes seguían clamando en Islamabad para presentar a su asesino como «mártir» y exigir que Asia Bibi sea ahorcada.

Saima Charles, residente del barrio cristiano de Lahore- ABC

Saima Charles, residente del barrio cristiano de Lahore- ABC

Saima Charles: «Necesitamos que intervenga el ejército»

Licenciada en Administración de Empresas, Saima Charles, de 32 años y residente en el barrio de Youhanabad —el mayor gueto cristiano de Pakistán— relató ayer a ABC la nueva jornada de dolor y luto vivida en Lahore, tras una jornada casi bíblica de matanza de santos inocentes en el parque. «Mi padre acudió con otros amigos a las parroquias para buscar lugar en los cementerios, porque apenas queda espacio», relató por teléfono entre lágrimas. Los ataques violentos contra los cristianos son normales, casi cotidianos, «pero no experimentábamos esa angustia de ser masacrados desde los atentados contra las iglesias de la pasada Semana Santa».

¿Por qué no buscaron esta vez templos los terroristas? «Hemos visto que la única forma de defendernos es por nosotros mismos, y tenemos vigilantes voluntarios en las iglesias». ¿Y la Policía? «No es de fiar; muchos agentes simpatizan con los islamistas. ¡El ejército tiene que intervenir para protegernos; solo nos fiamos de ellos!».

Sigue leyendo