21.06.2013 nº 2.853
EDITORIAL VIDA NUEVA Acoger a quien llama.
| En el mundo hay 43 millones de personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares. Para no abandonarlas a un olvido total, cada 20 de junio se conmemora el Día Mundial del Refugiado. Hace unas semanas, el cardenal Vegliò (a quien entrevistamos en este número) presentaba el documento Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos.La Iglesia viene reclamando desde hace tiempo que toda política en este ámbito esté presidida por la centralidad y dignidad de la persona. Y a los creyentes nos invita a acompañar el dolor que cada refugiado o migrante trae consigo y a saber ver también en ellos la esperanza –tantas veces sostenida por una fe a la que no han renunciado– y a integrarla en nuestras comunidades.
ENTREVISTA A ANTONIO MARIA VEGLIÒ: “Cardenal presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes“
DARÍO MENOR. ROMA | El cardenal italiano Antonio Maria Vegliò es el presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, un colectivo por cuya defensa el papa Francisco ha realizado numerosos llamamientos. Vegliò advierte que la crisis económica está haciendo más difícil la vida de los inmigrantes en los países occidentales y destaca cómo la religión favorece su proceso de integración.
PREGUNTA.- ¿Cómo ha cambiado la crisis económica la situación de los migrantes en Occidente?
RESPUESTA.- Toda crisis económica conlleva desafíos y dificultades. No es solo un problema para las personas; toca ámbitos diversos en los que tiene sus fundamentos el mundo globalizado de hoy. Es necesario afrontar nuevos sacrificios y cambiar la perspectiva con que se afronta la vida para adaptarse a las situaciones. Esto es fácil de decir, pero difícil de hacer. El hombre mira con preocupación al futuro e incertidumbre al presente. Estos sentimientos tocan su corazón y son motivo de tristeza y de miedo, y hacen que se aleje de lo que le parece una amenaza. La tristeza y el miedo no ayudan nunca al desarrollo integral del hombre. Los inmigrantes, que a menudo ya conocen la inseguridad y el miedo, los sienten de manera aún más fuerte en estos tiempos de crisis económica.
P.- ¿Resulta más difícil la integración con esta situación económica?
R.- Obviamente, todo depende del modelo de integración del que hablemos. En Europa, en los países occidentales, se ven diversos modelos de integración. No obstante, para responder, diría seguramente que sí. Es más difícil. Como he dicho, el miedo y la tristeza no ayudan al desarrollo integral. Lo mismo vale para las comunidades cuando hablamos de integración. Hacen más difícil la acogida y la apertura a las personas que llaman a nuestras puertas pidiendo vivir y trabajar con nosotros. La integración debe ser vista como un proceso para lograr confianza, para conocerse mejor los unos y los otros. Es un proceso bidireccional: tanto para la comunidad que acoge como para el migrante que debe sentir una cierta responsabilidad hacia el país del que ha decidido formar parte libremente. La crisis económica seguramente hace este proceso difícil. Le pongo un ejemplo: a menudo se considera al migrante como alguien que “roba” los pocos puestos de trabajo que hay en tiempos de crisis. Seguramente no son solo palabrerías de la gente o titulares de los informativos. Esta mentalidad de desconfianza y cerrazón invade profundamente los diversos ámbitos de la vida.
Desprecio y xenofobia
P.- ¿Pueden los inmigrantes convertirse en el chivo expiatorio de la crisis?
R.- En un período de fuerte crisis económica como el que vivimos, es fácil encontrar un chivo expiatorio sobre el que descargar las culpas. Puede ser un sistema de gobierno, una política o un grupo de personas. En cierto sentido, puede haber una cierta verdad en la acusación, pero decir que los migrantes son los responsables de la situación difícil del país es absurdo. Muchas veces, también en los años precedentes a la actual crisis, los migrantes fueron objeto de desprecio, discriminación, diferencia de sueldo y xenofobia.
La religión ayuda en el proceso de integración”.
P.- ¿Cuánto pesa la religión en la integración de los inmigrantes? ¿Es más fácil con una cultura religiosa bien definida?
R.- La religión en la vida de los migrantes es muy importante. A nivel personal, creer en Dios significa encontrar un sentido profundo a la vida. Esta percepción permite a los migrantes atravesar las dificultades con confianza. La fe conduce a la esperanza de un futuro mejor, que en la fe cristiana lleva al objetivo único de esta vida: Dios mismo. Sobre esto reflexionó Benedicto XVI en el mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. La fe y la esperanza llenan el equipaje del migrante… Es una metáfora sobre la que vale la pena reflexionar. La religión ayuda en el proceso de integración. Los diversos problemas y dificultades adquieren otra dimensión: la divina. Las dificultades se viven con Cristo siguiendo el modelo que nos dejó. Las alegrías son una ocasión para agradecer a Dios su gracia y bendición. El proceso de integración, en el que no se pierde la propia identidad, se convierte también en una posibilidad para un testimonio verdadero de las cosas que Dios puede hacer cuando el hombre se confía a Él. La integración no significa nunca perderse a uno mismo o abandonar la propia identidad. El proceso de integración puede partir de la fe que el migrante lleva consigo. Los desafíos y las dificultades pueden convertirse en una oportunidad para el crecimiento de la fe o representar un peligro para su pérdida… No hay fórmulas precisas para una o para otra. Precisamente por ello, la Iglesia, desde hace mucho, se preocupa por sus fieles que inician la aventura de la emigración.
P.- El Gobierno español ha cancelado la tarjeta sanitaria de los inmigrantes irregulares. ¿Qué le parece esta decisión?
R.- No puedo dar una respuesta ni un juicio sobre esta situación particular en España, porque no conozco los detalles que han llevado al Gobierno a tomar tal decisión. Solo puedo hacer referencia a los derechos humanos fundamentales: todo hombre tiene derecho a recibir la asistencia necesaria allí donde se encuentre. La cancelación de la tarjeta sanitaria a los inmigrantes irregulares no significa que el problema desaparezca o que los inmigrantes ya no sean un problema. En realidad, hay que preguntarse qué posibilidades tienen de encontrar ayuda si se hayan en una situación difícil. Circunstancias como esta exigen una revisión de las políticas migratorias que vayan a la raíz del problema. Es cierto que cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y de realizar políticas dictadas por las exigencias generales del bien común, pero siempre asegurando el respeto de la dignidad de toda persona humana.
P.- ¿Están preparadas las Iglesias de los países occidentales para garantizar las necesidades pastorales de los migrantes?
R.- La Iglesia siempre ha sostenido la dimensión espiritual de los migrantes. Esta fue una de sus preocupaciones desde las masivas oleadas migratorias en el siglo XIX hacia América. En modo muy concreto, se puede ver esta preocupación en la Constitución Apostólica de Pío XII Exsul Familia, que organiza la atención pastoral de los migrantes. Espero que las Iglesias particulares de Occidente muestren un mayor espíritu de apertura y de acogida para poder asegurar a los migrantes la asistencia espiritual que necesitan. Es importante sensibilizar a las Iglesias locales de la presencia y riqueza que los grupos de migrantes pueden llevar a sus comunidades. Por tanto, no a la xenofobia ni a la asimilación; sí a un intercambio mutuo entre la nación que acoge y los migrantes.
P.- ¿Ha visitado alguna vez un Centro de Internamiento para Inmigrantes? ¿Cómo se puede convencer a los Estados para que cambien estas realidades?
R.- Sí, recuerdo bien, por ejemplo, la visita que realicé a uno de ellos en Australia. Es una experiencia que no olvidaré nunca. Como es sabido, no es la Iglesia la que promulga las políticas y las leyes de un Estado, pero la Iglesia siempre tiene la misión de recordarle al mundo que todo hombre ha sido creado por Dios. Esta verdad comporta una dignidad que es única, una dignidad poseída por cada individuo desde la concepción y hasta la muerte natural, pese a su estatus o situación. La Iglesia está llamada a estar vigilante y a asegurar que estos derechos no son violados.