ME ARRODILLARÉ ANTE LOS POBRES

«Tiene mi Dios querencia por la vida de los pobres»

48 niños, 32 mujeres y 7 hombres emigrantes que murieron muertos de sed en pleno desierto

indocumentados_inmigrantes_patrulla_frontriza-web_t670x470José Luis Pinilla, 01 de noviembre de 2013

Hace tres o cuatro años leí un artículo de Monseñor Agrelo, arzobispo de Tánger, que se titulaba «Seguiré arrodillándome». Se refería desde la ejemplar humildad franciscana a la postura del hombre cristiano ante el Misterio. Hoy lo he vuelto a releer y a acomodarlo para vosotros. Y también yo he querido arrodillarme en la plaza mayor del mundo.

No se me ha ido de la cabeza ( y del corazón) en toda la mañana la noticia oída al amanecer de los 48 niños, 32 mujeres y 7 hombres emigrantes que murieron muertos de sed en pleno desierto del Sáhara cerca de Argelia.

Me detengo en los 48 niños a los que no llegó a acariciar, como seguro que hubiera sido su deseo, el Papa Francisco tal y como hizo recientemente con un pequeño travieso y juguetón en la Plaza de S. Pedro

Al alba me acerqué a tientas a la noticia del mal. ¡ Que no es un accidente en el puente de los santos y los difuntos¡. Es un asesinato ¡ A tientas me acerco al misterio del poder que genera cual asesinos modernos sin rostro, estas muertes.

En mi fe, el único poder de Dios que he conocido es el que se ha manifestado en formas escandalosas de no poder. A mi Dios todopoderoso -¡todopoderoso!- lo he reconocido esta mañana como uno de los 48 niños para el que no ha habido lugar en la posada de la UE, lo he visto huyendo, como estas familias, de unos tiranos cualquieras de los países de origen, lo he visto hacer el bien por los caminos de los pobres, lo he visto peregrino en un mundo en el que nada era suyo, lo he visto crucificado como un malhechor entre malhechores…

Y S. Ignacio y Agrelo y otros muchos me han enseñado a tener tan avezados los ojos para verlo, que lo he visto hoy en el desierto del Sahara. Pues tiene mi Dios querencia por la vida de los pobres, y estaba en aquellas vidas antes de que salieran de su país, atravesaran otros y murieran en un tercero, como estaba en aquel otro pobre antes de la cruz, en la cruz y después de la cruz.

Delante de mi Dios pobre, en la cruz del desierto, en el Sahara, en todas las fronteras del dolor humano de la emigración (Lampedusa, Arizona, el Estrecho…), continuaré arrodillándome, pues hay heridas que curar, lágrimas que secar, hermanos a quienes amar, y todo eso se hace mejor de rodillas.

Puede que sea muy importante preguntarse por qué anda Dios herido; puede que sea muy importante denunciar, como hizo el Papa Francisco ante la muerte de inmigrantes en su Buenos Aires querido, «a los responsables de la muerte de esta gente, de estos chicos sobre todo, a los Herodes que todavía viven y que se enriquecen con la sangre de los chicos, que se enriquecen con la sangre de los pobres, para que Dios les toque el corazón y los convierta». Y a nosotros que nos toque el corazón para seguir luchando por la justicia. Que así sea.

Pero lo más urgente pienso en el alba de este día, previo al de los difuntos, que lo más importante es arrodillarse ante los pobres, ponerse a su altura…: Continuaré arrodillándome. Para que me perdonen y para ayudarlos a ponerlos de pie.

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