José Luis Pinilla sj 08 de julio de 2013 a las 08:24.- Cuando el Papa ha decidido viajar a Lampedusa además de los tristes recuerdos e imágenes que dicha isla evoca respecto a la inmigración, me ha hecho recordar la película «Terraferma» que se estrenó en España hace un año, y que fue rodada en dicha isla. Su trama es el reflejo de un drama similar al que vivimos en nuestras costas cuando se mezclan de manera irónica y trágica los bañistas del sur de la península que disfrutan de su descanso con los emigrantes recién llegados, exhaustos y casi moribundos, desembarcando de las barcazas que no son más que balsas casi de juguete.
El director es un italiano llamado Emanuele Crialese que ya en su día se rebeló contra la costumbre social de poner etiquetas al individuo, y por ello trató de excluir en su película algunos términos como «ilegal», «extra-comunitario» o «inmigrante», considerándolos expresiones despectivas y segregacionistas. Construyó entonces un mundo imaginario que fue el mejor camino para poder tratar este tema sin tener la necesidad de caer en este tipo de concepciones.
En alguna de sus entrevistas compartía sus emociones. Son también las mías.
Por ejemplo cuando se daba cuenta del destino a veces trágico de los clandestinos que perecen queriendo llegar a las costas. Y al mismo tiempo, el asombro ante a la voluntad de los que lograban sobrevivir a tal periplo. Este el coraje de la gente, que huye para conseguir alcanzar un futuro mejor, es lo que el realizador quiso resaltar con su película, una oda a la odisea moderna de estos millares de inmigrantes de Lampedusa. Un coraje similar al de muchos de nuestros inmigrantes ante tantos recortes sociales que dejan a muchos tirados en las playas del asfalto urbano.
‘Terraferma’ que ganó el Premio del Jurado en la 68º edición del Festival de Cine de Venecia en el año 2011 es la historia de una Sicilia sin contaminar, fundamentalmente habitada por pescadores. Aunque prácticamente no conocen el turismo, los isleños están empezando a cambiar de mentalidad al darse cuenta del potencial de esta nueva industria.
Al mismo tiempo tienen que enfrentarse a extranjeros sin papeles llegados en pateras procedentes de Túnez y Libia, y a una nueva ley que les obliga a rechazar a aquellos que buscan ayuda. Esta política choca directamente con la ley del mar que obliga a rescatar a cualquiera que esté en apuros. Choca con obligada hospitalidad que debemos a la dignidad de los otros, los vulnerables que llaman recelosos a nuestra casa.
Esa misma hospitalidad que esperemos no se recorte en nuestro país con la reforma del código penal. Porque nuestro grito es similar al de los marinos de Lampedusa y al de tantos y tantos hombres y mujeres que en España han hecho de la Campaña «Salvemos la hospitalidad» una bandera de enganche para seguir protegiendo a los que se preocupan de acoger, servir, acompañar y defender a los inmigrantes indocumentados que llaman a nuestra puerta.
El Papa se acercará a esta isla que es, toda ella, como un centro de internamiento temporal de extranjeros. Un gesto más de un Papa, que lleva en su ADN el dolor y la preocupación permanente por la inmigración.
Hace meses, el ejemplo de un Papa besando los pies de unos muchachos inmigrantes en la Casa de Marmo en Roma en el pasado jueves santo fue la síntesis de otros muchos besos que muchos otros sacerdotes realizaron de manera similar aquel día en muchas iglesias de España a los pies de nuestra gente.
Hoy, su acercamiento a Lampedusa pudiera ser la puerta que abriera la necesaria atención permanente, fluida y normalizada que la Iglesia pide desde hace tiempo para que capellanes y agentes de pastoral puedan entrar en estos agujeros negros que son nuestros CIES.
Son auténticos ejemplos de excepcionalidad jurídica que están pidiendo ya alternativas – asi lo ha pedido los obispos españoles en su mensaje de la Jornada de Migraciones- que no priven de libertad y no hagan sufrir tanto a los «depositados» entre sus paredes.
En España los Centros de Internamiento de Extranjeros están repartidos por toda la geografía. Son para estancias temporales, pero la situación de soledad, ansiedad y deseos de comunicación -a veces incluso dificultada-, en la que se encuentran los inmigrantes allí retenidos, hace que soliciten ayudas de todo tipo.
Una de las más valoradas es la labor del capellán, o del agente de pastoral que de vez en cuando entra y ejerce, en función de su compromiso pastoral, caritativo, y de justicia, un servicio y un testimonio muy necesario; servicio que también realizan en el exterior, con las familias. Porque su trabajo no termina cuando los inmigrantes salen del centro -si se quedan en España-.
Los sacerdotes, los agentes de pastoral los voluntarios de ONGs católicas y otras que acuden a ofrecer sus servicios al CIE también establecen, en muchas ocasiones, contactos con los internados tras salir del centro; así, continúan ayudando a estas personas e, incluso, muchas veces, se vinculan en las comunidades cristianas, parroquias o grupos.
Por eso, la Iglesia está luchando para regular la presencia de capellanes y agentes de pastoral en los centros, la disposición de un espacio para los actos religiosos y la atención personalizada a los internados. Es cierto que está reconocido el derecho de los extranjeros a su atención religiosa, pero todavía no existe acuerdo alguno entre la Iglesia y el Ministerio del Interior, que posibilite dicha presencia de manera fluida y habitual ya que esta queda limitada por la discrecionalidad de sus responsables.
Quizás la visita del Papa a Lampedusa sea el primer paso para ello mientras existan. Y para el futuro , alimentar la esperanza del cierre de los mismos. ¡ Hay alternativas!