En casa de Cecilia (la llamaremos Cecilia) sólo se como fuet los días de fiesta, como el que come langosta en Nochebuena. «A mi hija le mata, pero entiende que todos los días no puede haber fuet en casa. De lo que no es necesario no hay y si no hay fuet todos los días es porque no se puede», explica.
Cecilia, que es de un pueblo pequeñito del norte de Nicaragua, cumplió 50 años el sábado pasado. Conoció a su marido en España pero pronto emigraron a su país, donde nacieron sus dos niñas. Cuando las cosas se complicaron en Nicaragua dejaron su granja y su trabajo para buscar un mundo mejor en Valencia. Ella empezó limpiando casas y trabaja ahora como monitora en un comedor escolar, cuidando niños y colaborando con una ONG. Él empezó trabajando como chófer de un taxi sin licencia y ha ido cambiando de empleo hasta que lo cambió por ninguno. Hace años que no trabaja y la familia sobrevive en Valencia con menos de 1.000 euros a repartir entre cuatro personas y un piso que se lleva 350 euros en alquiler.
Sus dos hijas tienen ahora 17 y 14 años y son dos de las 2.826.549 razones que ha esgrimido esta semana la ONG Save the Children para exigir la protección de los derechos de la infancia. Uno de cada tres menores en España está en riesgo de pobreza o exclusión social. Dos viven en casa de Cecilia, aunque mucho se lo tendrá que currar la crisis para atrapar a sus hijas.
La familia aterrizó en Valencia dos meses antes de la Navidad de 2003 y las pequeñas descubrieron aquí que las tiendas de juguetes hacían catálogos de regalos y que los escaparates eran como Disneylandia. «Aquello me marcó como madre», recuerda ahora Cecilia. Y los ojos se le empapan como si fuera ayer. «Las dos cogían los catálogos y marcaban todo lo que querían, les deslumbraban las tiendas. Me senté con ellas y les expliqué que Papa Noel tenía que repartir entre muchos niños, que no podían elegir juguetes tan caros. Luego le escribí yo una carta a los Reyes y les pedí al menos uno para cada una».
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