A diferencia de las complicadas guerras en sus países de origen, el drama humano de los refugiados que se amontonan ante las fronteras y las alambradas intraeuropeas es fácil de solucionar, y el Papa Francisco ha lamentado el miércoles que «se cierren las puertas y los corazones».
La dolorosa sensación de rechazo puede llevar a personas que han tenido que abandonar sus países y «sus casas en ruinas», y que lloran «la muerte de seres queridos» a preguntarse ante tanto sufrimiento: «¿Dónde está Dios?».
El Papa hablaba con dolor ante más de veinte mil personas que habían acudido a la audiencia general del miércoles, y apoyaban con aplausos sus llamamientos a mostrar humanidad con hombres y mujeres en situación gravísima.
Derecho internacional
Un refugiado de guerra –y todavía mas una familia- es como un náufrago en alta mar. El derecho internacional civilizado indica que todo refugiado tiene derecho a la acogida temporal.
Por desgracia, en Europa no sucede así a pesar de que sobrar recursos para una acogida temporal, y Francisco lamentaba que «cuando los refugiados intentan entrar, les cierran las puertas. Están allí, en la frontera, porque tantas puertas y corazones están cerrados». Sufren la amargura y las noches frías.
El Santo Padre hizo notar que están «al aire, sin comida y no pueden entrar. No encuentran acogida». Por contraste, confesó que «me gusta mucho ver que algunas naciones les abren el corazón, les abren las puertas».
En la catequesis pública que realiza cada miércoles, el Papa comentaba esta vez unas palabras de consolación del profeta Jeremías cuando los israelitas sufrían el exilio.
Las aplicó a tantos cristianos que hoy sufren la persecución, y a los millones de refugiados que han tenido que abandonar sus casas y países. A consecuencia de los conflictos en Oriente Medio y el norte de África, su número supera los cincuenta millones, el más elevado desde la Segunda Guerra Mundial. Muchos países pobres están dando ejemplo de generosidad a los ricos.