Estos últimos días he participado en un Congreso europeo sobre Migraciones y Refugio en Alemania. Han sido unos días intensos por los debates, los encuentros y también por todo lo que estos temas me han movido internamente. Lo más interesante de esta cita, ha sido el gran nivel y pertinencia de los ponentes, la pluralidad y alta participación, el profundo debate generado, la presencia en primera persona de los que se ven obligados a dejar su tierra y el gran interés por encontrar luz sobre la realidad migratoria y de integración en Europa.
Me resultó muy llamativo el discurso de integración de los países centro europeos sobre todo a raíz de los atentados en Bruselas, el testimonio de un sacerdote en Siria, el silencio de la Iglesia en los países del Este, el consenso eclesial desde Roma y también desde la gran mayoría de las conferencias episcopales en favor de los procesos de integración y refugio, el intenso debate en torno a “integración y religión”, sobre todo en lo relacionado al islam, y los brotes de xenofobia y extremismos en varios países europeos.
Asimismo, me llamó la atención la exposición de Günter Krings, el Secretario de Estado de Interior de Alemania, con las “recetas para la integración” en Alemania. Los dos ejes fundamentales son el aprendizaje del alemán y la incorporación al mercado laboral. Sin duda dos ejes esenciales para la integración, pero me llamó la atención la mirada tan focalizada y pienso que un tanto sesgada. Comentaba reiteradamente que si no aprendes el idioma acabas viviendo en guetos y pareciera que, desde este presupuesto, el radicalismo y la marginalidad son el siguiente paso. Todos sabemos que ya puedes dominar el idioma del país de recepción y trabajar que, si tienes un trabajo precario y solo puedes encontrar vivienda en barrios marginales, donde tus hijos van a colegios cercanos con un porcentaje muy alto de inmigración, los procesos de integración son muy complicados. Y no digamos cuando en muchos casos la creación de guetos se ve favorecida por los prejuicios de muchas personas que nunca alquilarían sus viviendas a un extranjero, o no darían apenas oportunidad para vivir la diversidad.
Escuchando las palabras de Günter me vino a la mente un acontecimiento que había vivido a pocos metros de la sala de conferencias esa misma mañana. Un suceso que, tal vez podría haber vivido en cualquier otro país europeo o del mundo. La escena se desarrolló en un parque cercano, junto a un estanque. Un día radiante de mayo en Alemania con más de 25°C, inusual para esta época del año, y sentado en la hierba charlando con un amigo.
Mamá pata camina por la hierba seguida por sus seis patitos aproximándose al estanque. Justo cuando iba a tocar el agua aparece un ave rapaz e intenta llevarse a uno de los patitos. Todos los que contemplábamos la escena hicimos ademán de cuidar que eso no ocurriera, y un joven que llevaba un bebe en sus manos movió el brazo que le quedaba libre cerca del agua, lo que hizo cambiar la trayectoria del ave, que huyó.
El joven tendría cerca de 30 años, tez morena y rasgos que recordaban a la India o Pakistán. Allí estaba junto a su esposa y su bebe. La poca gente que estábamos junto al estanque, después de lo ocurrido con el ave no le quitábamos un ojo a los patitos y a su madre. De repente, como si de una invasión se tratara, todos los patos del estanque acudieron al encuentro y no sabemos si era por la época de celo o qué, pero la pobre pata fue aplastada literalmente, y picoteada en el cuello, por más de 10 patos al mismo tiempo. Los seis patitos hacían lo que podían. Aquello no se podía consentir. Parecía una batalla campal. La pobre pata salía cada vez más débil de los envites, y el joven que seguía con el bebe en sus brazos intentaba asustar a los otros patos para que la dejaran respirar.
Junto al estanque había un sendero por el cual pasaba gente que iba de un sitio a otro. Algunos observan la escena y pasaban de largo, pero un par de personas se pararon. Primero una señora, que viendo lo ocurrido sin mediar explicación gritó al joven y le dijo que dejara a los patos tener sexo con la pata, que era muy sano y legítimo. Seguidamente otro hombre se paró y se puso a gritar contra el joven diciendo que lo iba a denunciar por maltratar a los animales y que iba a llamar a la policía. Incluso sacó su móvil e iba a hacerle una fotografía para llevarla a la policía.
El joven le decía: “¿no ha visto todo lo ocurrido? Yo mismo tengo hijos, una esposa y no podría consentir que esos patitos perdieran a su madre de esta manera sin hacer nada. Además, no estoy golpeando a ningún animal. Sólo les asusto porque la situación parece una batalla”. El hombre siguió increpándolo y diciéndole que iba a ir a la policía, que se fuera a maltratar a los animales a su país. El joven le contestaba que no sabía porque tendría que irse a su país, que estaba contento en Alemania, tenía un trabajo, respetaba a los demás y pagaba sus impuestos. El hombre siguió subiendo la voz y amenazando con ir a la policía, pero al final se fue. El rostro de la esposa del joven se veía triste. Creo que en él se podía leer la incomprensión, los prejuicios hacia su esposo y el poco tacto.
Un continuo en las personas que pasaban por el sendero que atravesaba el parque era la poca capacidad de observación: sus cascos escuchando música, mirada baja, caminar ligero,… Aun así, con capacidad instantánea para juzgar, sin apenas recabar información o mediar palabra ante un acontecimiento inesperado.
¿La integración se resuelve sólo con aprender el idioma o tener un puesto de trabajo? Como se ve, no siempre el idioma y el trabajo, otorgan inequívocamente un sendero hacia la integración. Además de muchos otros factores que influyen en la convivencia social y la inclusión, hay un humus básico que es necesario cultivar: el acercarnos al otro como un ser humano y no como un extraño o un enemigo; el mirar más allá de nuestros miedos y prejuicios al que viste de manera diversa, tiene distinto color de piel, otra religión o costumbres; el no juzgar a primera vista, sin intentar conocer, entender; y sobre todo en darnos cuenta que el encuentro con los demás nos enriquece. Así lo atestigua la historia de la humanidad, donde las sociedades más plurales han sido las más fecundas y prosperas.
https://albertoares.wordpress.com/2016/05/15/mama-pata-y-la-integracion/